EMILIO REVOLVER • Una banda que practica el arte de callarse y dejar que la música hable.
En el “orden mundial de la red” lo que es deshecho es la opinión personal, el pasado, la memoria, los esfuerzos de los blogs al margen de la nota fácil, masiva, que todos los medios cocinan de forma idéntica en su portal.
Emblema de esta dicotomía puede muy bien ser una banda de las características de White Denim. Son unos rockeros que no les interesa vestirse como estrellas o seguir los parámetros de la moda “rocker” del momento; no ocultan su pasión por sonidos que algunos de los blogs más reputados tachan de caducos, como el rock progresivo, el math rock o, simplemente, el arpegio hardrockero.
La norteamericana FILTER Magazine comenta sobre esta banda que: “posee una pasión moderna por algunas de las tradiciones más obsoletas del rock n roll”[1]. Del de por sí obsoleto rock n roll, le faltó decir. No es tampoco una banda nueva, “fresca”, como suele decir el argot periodístico.
Tampoco gustan de llamar la atención por escándalos en la vida personal o en los escenarios. Son serios, parcos, enfocados como músicos de sesión o de orquesta. Ya saben, nada de efecto Miley Cirus aquí. Ni siquiera salen con bailarinas con poca ropa en los videos, haciendo una coreografía vistosa o con algún actor invitado; es más, ni siquiera hacen prácticamente videos. No tienen nada. O sea, lo tienen todo.
White Denim es una banda de Austin, Texas, que desde hace un par de años anda en la mejor racha creativa de su carrera. Tienen en el Coriscana Lemonade, su sexto LP en estudio, un magnífico trabajo, a la altura de lo mejor que han hecho (D, 2011) y practican ese arte que a la mayoría de los músicos pop les está negado: callarse y dejar que la música hable. Let the music do the talking. Reservados, lo que significa en realidad concentrados en su labor, produjeron el disco en un par de meses, tiempo récord en oposición a D, que les tomó dos años.
Otro elemento fundamental vino a poner nuevas pautas en el Coriscana, y es el trabajo de producción, hecho por un líder moral del rock norteamericano, Jeff Tweedy, de Wilco, que es como su banda hermana.
El proceso de grabación fue lo más cercano posible a un álbum en directo, con el poder que sale directamente de los amplificadores. No obstante, también se dieron el lujo de tener una gama de posibilidades más allá de su sonido, al encontrar en los estudios The Loft in March, del propio Tweedy, una variedad nueva de instrumentos que usualmente no entran en su sonido.
James Petralli, voces y guitarra, define los estudios y las sesiones como “un laboratorio de juguetes para músicos”[2]. La grabación normal de una canción incluía diez teclados, y si bien en el sonido final no son el instrumento reinante, sí son el elemento que los hace trascender el golpe seco del alt-rock sureño.
Da gusto encontrar un disco de estas características con músicos todavía preocupados por la ejecución; nada de secuencias, nada de instrumentos por computadora, ni invitados en roles fundamentales, algo que en esta era de “mi computadora toca las canciones por mí” no es ya tan fácil de ver.
Como quizá pudo escucharse en “At Night in Dreams” o en “A Place to Start” tienen la enorme virtud de encontrar el cambio inesperado en las progresiones de las melodías, y eso es algo que se logra sólo con la madurez de años procurando dar la vuelta a las estructuras convencionales.
Finalmente, sin ser una banda que pueda tacharse de compleja o experimental, es un ejemplo muy claro de lo que está “detrás” y más allá de los TT, y del mundo donde la multitud y la viralidad es lo único que cuenta: que ese mundo es sólo la mitad de la historia, y es a veces una mitad bastante opaca, que al comportarse como objeto de consumo, tiende a desaparecer sin haber hecho un impacto duradero ni propositivo. Y que tiende a ocultar más que a mostrar.