ESTEBAN CISNEROS
NUESTRO PEDAZO DE CIUDAD
Caminar para calmar la ansiedad: nunca falla. Aquella era, como decían los mayores, una de esas tardes desocupadas y mohínas. El invierno se manifestaba por fin y las chicas se veían magníficas con sus largos abrigos y bufandas de fulgurante viso. Caminaba yo por lugares que creía familiares. Pero las luces de los locales daban a la calle un aspecto de vivacidad que me parecía engañoso.
Aquí crecí, estos eran mis lugares de callejeo… al menos en geografía, porque ya poco de aquella colonia queda. Hace años que no vivo aquí. Ahora todo es pequeños cafés, tiendas de repostería, heladerías, las tiendas de franquicia que proliferan en cada esquina del país. Me impresionó, sobre todo, pasar por el local donde estaba el viejo videoclub. En gran medida fue mi escuela de cine. Pasé muchas tardes entre sus VHS, una tele siempre encendida con una película en play y las recomendaciones del dependiente en turno (siempre cambiaban: a veces entusiastas del kino y otras, chavales urgidos de una plaza temporal para salir de un apuro). Desde que cerró ha sido varias cosas: tienda de mascotas, carnicería gourmet, café. Entendí un poco a mi abuelo cuando habla de aquello que vivió y que no volverá. Me sentí fuera del tiempo de una manera nada agradable.
Me reclamé la sensación. Pero, carajo, no pude evitarla.
PECKHAM, LONDRES. 2016
Los barrios cambian, las ciudades mutan. Es parte de sus historias. Sean O’Hagan sale en bicicleta y lo nota. La narrativa de su parte de la ciudad está cambiada. El ritmo, alterado. No se encuentra en esa nueva armonía, no está seguro si lo disonante es él mismo o lo que le rodea. Se encuentra con personajes: unos sienten una melancolía tremenda, tampoco entienden lo que sucede alrededor. ¿Qué hace toda esa gente nueva en el barrio? ¿A dónde se fueron los antiguos vecinos? ¿Y ese aspecto que tanto nos gustaba (por costumbre y fuerza de verlo a diario, tal vez; porque era ya bonito, puede ser) a dónde fue a dar? ¿Qué hacemos con todos estos nuevos locales? ¿Cuándo dejó esto de ser nuestro, en el más colectivo de los sentidos? Han borrado nuestras pintas y en su lugar hay panqué.
Pero también están esos otros personajes, los que corren por las calles en ropa de deporte con el convencimiento de ir en la dirección correcta (dispositivo electrónico en on y audífonos blancos en los oídos), los que regentan esos lugares, los que repintan las paredes y cambian el paisaje. O’Hagan los mira distanciado pero un poco boquiabierto por la intensidad con la que caminan, gesticulan y hablan. Son el convencimiento en persona. Llegaron seguros de cambiar el mundo. Están haciéndolo, de algún modo.
O’Hagan es, todo indica, el punto de vista narrativo de un musical sobre Peckham y sus cambios en los últimos años. Parecía cuestión de tiempo para que el líder de The High Llamas se pusiera a escribir un pequeño espectáculo así; ha sucedido y está muy, pero muy bien. O la música, al menos, que es lo que nos llega en forma de disco, el nuevo de los londinenses.
Se llama Here Come The Rattling Trees y es sólo una parte de una representación teatral ambiciosa. Lástima que el montaje no llegue a nosotros, porque suena ilusorio: todos estos personajes narran en un pequeño monólogo su vida en Peckham mientras O’Hagan canta, en omnisciente tercera persona, lo que ve de ellos (en el montaje parece que la visión dominante es la de un alter ego femenino, llamado Amy). Así, un plomero con orgullo de clase, una cansada dependienta de un café, un decorador de interiores rojillo, un ama de casa y una obsesa de la salud y lo orgánico conviven en ese espacio que podría ser cualquier barrio de ciudad más o menos grande.
El resultado es una serie de estampas cotidianas a lo Ray Davies pero filtradas por el candor de Van Dyke Parks y Brian Wilson (sobre todo en sus observaciones a la vida norteamericana en SMiLE).
HEROES AND VILLAINS
Sin embargo, los monólogos de los personajes no están en el disco. Eso sí que lo echamos de menos. Seis canciones llevan letra y las restantes diez son instrumentales. Esto puede desconcertar a más de uno. ¿Puede verse como un trabajo menor de Sean O’Hagan y su combo? Yo creo que no.
Todas las cualidades de la música de The High Llamas están ahí: las melodías, los teclados, las armonías vocales, las guitarras acústicas, el clavicémbalo y el xilófono (y todos esos preciosos instrumentos esdrújulos), las orquestaciones evocativas, el reverb.
Es una pequeña sinfonía pop que va perfecta al lado de obras gigantes como Hawaii o caprichosas como Beet, Maize and Corn. Es un párrafo extraordinario en la brillantérrima carrera de The High Llamas. Con este tipo de música, uno se siente en casa.
Esa casa que a veces, aún en nuestro pedazo de la ciudad, parece invadida. ¿A dónde se ha ido lo que conocíamos? ¿Qué sigue? Quién sabe. Nos cambiaron el mundo y algunos de sus mecanismos no funcionan. O funcionan sin nosotros. Hay cosas que extrañamos, cosas que es mejor que se hayan ido. Los tiempos exigen vivir hoy y hay que hacerlo. Tal vez lo que nos queda es armarnos nuestro pequeño pedazo de ciudad en discos, películas, libros y amigos. Para salir a la calle y habitarla a nuestro modo. Quién sabe.
Tenemos la música. Ventaja ya es.
C/S.