ESTEBAN CISNEROS
- Foreverland es el disco más reciente de Neil Hannon. Es decir, de The Divine Comedy. El anterior salió en 2010.
- Es decir: ¡buenas noticias! ¡Está de vuelta, están de vuelta!
- Estamos hablando de un tipo que se disfraza de Hamlet y se la crees. Del hijo del ministro de la diócesis de Derry y Raphoe de la Iglesia de Irlanda (en Irlanda del Norte), luego ordenado Obispo de Clogher. Del chilpa que jugaba a ser Oscar Wilde (y también Wilf McGuinness) y que al crecer decidió que intentar ser Noël Coward podría salirle bien –vacaciones en la Côte d’Azur incluidas– y, al mismo tiempo, futbolero de sillón y estudioso del críquet.
Del dandi fascinado (y en la palabra, claro, cabe lo mismo el arrobamiento que el empacho) con la nobleza europea y sus gansadas. Del insolente petimetre genial del clavicordio impertinente, que lo mismo ha sido secuaz de Robbie Williams que de Ute Lemper, Stuart Murdoch o de Godin et Dunckel, esos enfants terribles.
Del escritor de los temas de Father Ted y The IT Crowd (dos series creadas por Graham Linehan, ambas inmensas) y colaborador en las bandas sonoras de The Hitchkikker’s Guide to the Galaxy y de Dr. Who. Podría seguir, pero detengámonos aquí.
- Porque Foreverland es un disco de The Divine Comedy, con todo lo que ello implica: canciones preciosistas, desbordantes y caprichosas, con orquestaciones suntuosas y sinuosas, con aires de Brel, Gershwin y Bacharach, con letras que parecen sacadas del cuaderno de un estudiante aplicado (y pedantillo) de literatura inglesa. Es decir, todo lo que el millenial whoop no es.
- Y sí, Hannon ha hecho (con las distintas formaciones de su grupo a lo largo del tiempo) once discos con la misma idea. Con la misma gran idea, habría que decir. Algunos le han salido mejor, es natural, y Foreverland cae en esta categoría.
El barroquismo que en este álbum oscila entre lo dulzón de “My Happy Place” y el épico ochentero katebushesco de “Napoleon Complex” (gigantesco título, pun intended), el pastel y el pastelazo, realza melodías tremendas (el primer single, “Catherine The Great” es el mejor ejemplo) que son marca de la casa.
El disco está tan bien que hay chartbusters (“How Can You Leave Me On Your Own”), twee de teatro musical (“Funny Peculiar”), épica desmañada (“To the Rescue”), chanson (“The Pact”) y esos maravillosos chistes serios que le salen tan bien a Hannon (“I Joined The Foreign Legion to Forget”).
Y qué decir de ese adorable arranque llamado “Other People”, que sólo mejora si uno lo imagina cantado en una escena en blanco y negro sobre una escenografía de Van Nest Polglase. Bla, bla, blá.
- De hecho, si le preguntamos, Hannon no describiría Foreverland como barroco. Usaría otro adjetivo: bizantino.
- Foreverland, continúa Hannon, va sobre “amor, añoranza y ambición imperial.”
- Y seguro que después de decir eso, se rio. Genuino. Porque le hace gracia pero también porque esto le importa un montón. Porque lo dice en serio. Tongue-in-cheek, pero en serio.
- Como cuando escribe y graba “Catherine the Great”. La canción va sobre Yekaterina Alekseyevna –Catalina II de Rusia–, la gran emperatriz, el símbolo del punto más alto (y más bajo, por supuesto, como sucede con estos temas) de la nobleza rusa en la historia. Pero luego va y dice que la escribió pensando en Cathy Davey, su pareja, a quien seguro veía de reojo sobre el hombro sentado al piano, con una media sonrisa napoleonesca.
Y remata grabando un video dirigido por Raphaël Neal (cuya experiencia en la Marie Antoinette de Sofia Coppola le respalda) estelarizado por Elina Löwensohn y tantas diéresis nos llevan a adivinar correctamente que se trata de un clip de disfraz y peluca, maquillaje y exceso, pompa y elegancia. Porque el ridículo y lo soberbio son sólo dos caras de la misma moneda (de 5 kopeks, de oro puro).
- Seis años, que es el lapso entre Bang Goes the Knighthood y Foreverland, los dos últimos elepés de The Divine Comedy, es mucho tiempo. Cuántas cosas pueden suceder. Algunas que sucedieron en estos 2,200 días de Hannon: un par de álbumes con Thomas Walsh (de Pugwash, ese grupo increíble) bajo el nombre The Duckworth Lewis Method, uno de ellos –homónimo– un disco conceptual sobre el críquet; un par de óperas, la primera basada en Tolstoi (Sevastopol), la segunda en colaboración con Frank Alva Buecheler y Tim Clarke (In May); la noticia de que su padre sufre de Alzheimer, el proceso de comenzar a tratar la enfermedad y una pieza de órgano resultante del trance, To Our Fathers in Distress, estrenada en el Royal Festival Hall; y una adaptación al teatro musical de Swallows and Amazons, una popular serie inglesa de libros de aventuras para niños de Arthur Ransome, publicada originalmente en los años treinta. Y en el último cuarto de 2016, llegó Foreverland.
- Con todo, el disco fue lanzado a través de Pledgemusic. Ya lo preguntó antes el gran Sr. Helvética (autor de uno de los mejores blogs de habla hispana sobre música [https://thesongswelove.wordpress.com/2016/06/23/catherine-the-great-the-divine-comedy/]): ¿en serio no hay ninguna disquera, grande o pequeña, interesada en The Divine Comedy? ¿A esto hemos llegado?
- ¿Es culpa del millenial whoop?
- Hay que poner a girar Foreverland. Es The Divine Comedy. Música como esta no se hace tan seguido. Y cuando se hace tan bien como en este caso, vale la pena darle nuestro tiempo. Y es que como dijo alguien: si nos diésemos verdaderamente cuenta de lo corta que es la vida como para que la desperdiciemos con canciones insulsas y vulgares o discos alicaídos o hueros pero pagados de sí mismos, otra cosa haríamos. Como poner a girar Foreverland. Es The Divine Comedy. Et cætera.
C/S.