SAM VALDÉS
Hubo un tiempo, alrededor de 2006, donde vino una marejada de bandas de indie pop rock que tocaban “bonito” y tenían nombres chistositos para apelar a una cierta nostalgia del pop tempranero de los sesentas. Injustamente se aventó a Someone Still Loves You Boris Yeltsin en esta categoría.
Broom, su primer álbum, tal vez quedaba estéticamente en esa clasificación, pero había algo más, una especie de tristeza primigenia escondida entre los acordes abiertos y los panderazos que acompañaban a esa voz un tanto perdida. El disco había sido grabado en casa y el sonido áspero le dio una credibilidad fuerte con la prensa especializada. Pershing, la difícil segunda obra, continuo la fórmula del anterior, puliendo un poco más el sonido pero todavía siendo “pop bonito” en la superficie.
El cambio llegó primero con Let It Sway, en 2010. La producción de Chris Walla de Death Cab For Cutie capturó los tintes rockeros de Someone Still Loves You Boris Yeltsin, quienes se empezaban a sacudir la etiqueta de “bonitos.” Con la salida de un miembro fundador, John Robert Cardwell, co-autor de buena parte de los discos, la banda cambió. Pero no solo fue la nueva alineación lo que modificó el sonido, sino también una residencia en Rusia, pagada por una fundación rusa para que funcionaran como representantes culturales de Estados Unidos. Y de ese viaje se desprendió el disco Fly by Wire. Engañosamente pop, las distintas capas sonoras tornan el paisaje de la banda a un claroscuro.
The High Country, su nuevo disco que saldrá en junio con Polyvinyl Records, encuentra a la banda alejándose más del pop, abrazando estructuras rock con distorsiones pero todavía con una voz indie pop que no contrasta tan negativamente como se pensaría. Es tal vez el disco que siempre quisieron hacer: rock con ganchos pop y un nihilismo perfectamente retratado en sus canciones.
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