SAM VALDÉS
No se sabe si seguirá siendo tan completo y accesible, pero este festival sigue ganando reputación. Aquí la crónica de su reciente edición, que se llevó a cabo en Sheffield, Inglaterra.
Aprovechando la temporada de conciertos masivos y que el sol tímidamente se asoma en los cielos ingleses, la ciudad de Sheffield creó este festival en 2009, con el apoyo de Toddla T, Jon McClure (Reverend & the Makers) y Matt Helders (Arctic Monkeys).
Inicialmente gratuito (la frase clave en 2011 fue “Free For All”), la situación económica de la ciudad y la pérdida gradual, tanto del apoyo del gobierno como de patrocinadores hicieron que la edición de 2013 (la quinta) implicara un pago de 15 libras para todo el fin de semana, aunque hay que aclarar que este pago era necesario sólo para algunos escenarios, porque otros eran gratuitos. Módica suma, si consideramos que son alrededor de 350 pesos que cubren todo un fin y que permiten ver tanto a bandas consagradas como 65daysofstatic y Rolo Tomassi, como a los “ya merito famosos” de Wet Nuns, Sky Larkin y Hey Sholay.
La cantidad de bandas que tocaron fue estúpidamente grande y estoy seguro que se cubrieron todos los géneros (excepto los narcocorridos). El escenario International Peace Gardens incluía grupos sudafricanos y salsa; el escenario principal en Devonshire Green tenía a los queridos de la radio, como Lianne LaHavas, Dutch Uncles y The Jim Jones Revue, mientras que el majestuoso Sheffield City Hall mezclaba a los math rockeros de Maybeshewill con los fúnebres y solemnes I Like Trains.
Me mantuve alejado de Devonshire Green, no porque me sienta un devoto del oscurantismo musical, sino porque las bandas que ansiaba ver tocarían en lugares poco convencionales. De las 28 bandas que observé, resumo las mejores por día:
Viernes
El día empezó para mí con Oxo Foxo, en la Catedral de Sheffield. Artista de la electrónica, Oxo Foxo utiliza su voz y un pedal de loops para crear atmósferas con su propia voz y golpeteos de micrófono. Como anillo al dedo, su música pasaba de lo religioso al delicioso beat bailador.
Everyone An Army tocó en un lugar pequeño para una audiencia reducida pero devota. Con tintes de Oceansize, mucha actitud y un amor por salirse del escenario y brincotear con el público, lograron zafarse de una mala crítica que achaca más al mal sonido del lugar que al talento.
Hey Sholay cerró la noche para mí. Nuevamente, la Catedral de Sheffield tenía mucha más gente de lo usual. Bañado en luces de tono púrpura, el cantante pidió a todos pararse y acercarse al frente. El de por sí caluroso día terminó sintiéndose una mala tarde en la selva tabasqueña, aunque en vez de tener que esquivarse nauyacas, aquí estuvimos bailando y coreando pegajosas canciones psicodélicas pop como “Burning” y “Wishbone”.
Sábado
Fue un día complicado. ¿Por dónde empezar? Maybeshewill, con sus piruetas y su show excesivamente emocional fueron el gran abridor del día. No hay momento para que los ánimos bajen con esta banda.
Diametralmente opuestos son los chicos de I Like Trains, directos de Leeds. Con un show un tanto melancólico, la banda mezcla electrónica con post rock en un paso relajado. Esto no quiere decir que se queden calmados; la banda sabe cuándo pisarle a la distorsión (“A Rook House for Bobby” es tremenda).
Me gustaría hablar a detalle del metal psicodélico de Mega Aquarians (los vi dos veces el mismo día – ¡así de buenos!). Collider y su show desmadroso son todo un espectáculo. Quiero mencionar el shoegaze rapaz de Firesuite. Pero mejor hablaré de Smithereens, no porque sean la mejor banda del mundo, sino porque fue la que tuvo la mayor entrega a su público; grande para ser una banda local sin disquera y sin futuro. Con esto me refiero a que era su último show, ya que el cantante se iba a vivir a Uganda.
Y son esos momentos con enorme carga emocional los que hacen un día de Tramlines tan bueno. La cercanía a las bandas (casi no hay vallas) te permite ver como los artistas se desviven por tu aplauso. El ambiente no parece el de la típica noche de sábado en Sheffield. Sí, siguen pululando las lagartonas, los raboverdes y los solterones, pero es chistoso ver cómo la mayoría de la gente esta noche son en su mayoría una mezcla de hipsters, rockeros, turistas perdidos y gente que se lo toma como un carnaval. Esa sensación es lo que más vale la pena del concierto, porque a pesar de que la mayoría de la gente ya está bastante intoxicada para esas horas, el crimen y las trifulcas no encontraron clientes.
Domingo
Último día y se acaba el show. Los crudos de la noche anterior se desayunan un sándwich de tocino con su té negro bien cargado y llegan tarde a los primeros conciertos. Me ahorré la cruda y me fui por el sándwich, sentándome a ver a un grupo llamado The Nose, formado por Neil McSweeney (un baladista folk) y los dueños de un estudio de grabación (Old Pig Farm).
Lo que continúa es media hora de cambios de ritmo, bajeo en destiempos y una batería cuya tarola no sobrevivirá. McSweeney cuenta entre afinaciones de guitarra que él siempre ha creído que los músicos pueden cambiar de género para retarse y no estancarse. Concuerdo con él.
Los problemas de horario e información errónea me hacen perder a TTNG, así que espero a que Wet Nuns tome el escenario. En los tres años que los he estado siguiendo, han crecido exponencialmente, desde una banda chistosita que fingía ser hillbilly (con metal y blues muy bien enlanzados) a una banda segura de sí misma, pero con el suficiente sentido del humor de burlarse de ellos mismos. Su éxito “Broken Teeth” es bien recibido, pero yo no puedo esperar a la versión grabada de “No Death”.
No me quedo mucho tiempo a ver a Rolo Tomassi porque las cosas se pusieron rudas en el pit de fotógrafos; un reflejo de la ferocidad de esta banda y su diminuta pero aguerrida cantante, que nunca deja de impresionarme. Castrovalva será mi última dosis de rock fuerte, con sus esquizofrénicos cambios de vocales y su grimecore que podrá parecer sucio y valemadrista, pero es bastante técnico.
El día acaba con dos bandas muy recomendables: Blessa y su romántico shoegaze etéreo y Wolf Alice, con un vertiginoso viaje por el rock de los cincuentas, aderezado con psicodelia.
¿Críticas? Por supuesto. El programa sigue siendo un desperdicio de dinero, con horarios equivocados y bandas con descripciones frugales (75 por ciento de ellas catalogadas como “indie”) o con descripciones equivocadas, tales como una banda de progresivo catalogada como “electrónica” y otra de rock pesado que supuestamente cuenta con un ukulele.
También es algo criticable que lugares que usualmente no quieren poner bandas los fines de semana acepten tenerlas en un fin donde una ganancia jugosa es más que segura. No me molestaría tanto si los géneros fueran cohesivos (o cambiaran gradualmente), pero poner a una banda fashion antes de una banda pesada como Mega Aquarians saca un poco de onda tanto a los fans como al despistado que quería ver “que rayos tocan estos güeyes”.
Sin embargo, a pesar de estos problemas, el fin de semana valió la pena. Me he saltado muchas bandas que me complacieron tanto como “crítico” (¡simón!) que como simple y sencillo adicto a la música (a mis mil scrobbles a la semana me remito).
No sé cuál será la situación para el próximo año en Tramlines. Honestamente no creo que un festival tan grande y variado se pueda mantener barato y mucho menos gratuito. Pero la reputación que ha creado y la selección musical son legado de que a pesar de los errores, este pequeño festival ya empieza a agarrar trote.
* Más del trabajo de Sam Valdés en el sitio Sloucher.
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