ESTEBAN CISNEROS
Fully Qualified Survivor. Vaya tres palabras. Son, justamente, las tres que mejor describen a Michael Chapman (Leeds, 1941) y son, de paso, el título de su disco emblema de 1970. Pero no haría honor a la descripción de haberse quedado estático o mirando hacia atrás. Todo menos eso.
De hecho, en 2016 se cumplieron cincuenta años de la noche lluviosa en que, según cuenta, era un estudiante de arte que entró a un pub en Cornwall para refugiarse; no podía ni pagar la entrada, pero llevaba su guitarra y ofreció entrar y tocar un rato. Le fue tan bien que se quedó trabajando allí. Tres años más tarde firmó con Harvest y grabó el primer disco de una discografía vasta y esmerada.
Michael Chapman celebró el acontecimiento como sabe: lanzando un álbum llamado, sí, 50 (Paradise of Bachelors, 2017), en el que reinterpreta canciones olvidadas de su catálogo y las mezcla con material nuevo y escrito para la ocasión. Entre tantos festejos pop de medio siglo, el de Chapman no fue el que acaparó las conversaciones, pero tal vez debió.
50 hace justicia a una carrera longeva y obstinada. Es un disco folkie pero, contrario a su primera etapa de cantautor (de la que aún se discute si es folk, prog, jazz, o todo junto, o qué), aquí Chapman se pone el disfraz –aún reluciente– de vaquero cósmico para contar algunas historias en tono americana.
Hay algo, no sé qué, en esa música norteamericana que fascina a los músicos ingleses (Frank Turner canta con humor y amor sobre ello en su “Nashville Tennessee”) y les vuelve medio orates; Chapman no resistió el impulso y, con su experiencia y sensibilidad, grabó un soundtrack alternativo para unos Estados Unidos desquiciados.
No es la primera vez que se aventura en estos sonidos; ya incluso había grabado dos álbumes distintos bajo el título Americana (2001 y 2002). Pero lo que sorprende es que, a ratos, Chapman suena como tal vez sonaba aquella noche lluviosa de 1966: rústico, alborozado, nervioso pero en su elemento. Su voz ya no suena joven, pero su profundidad y su buen tono para las historias siguen intactas.
50 es un muy buen pretexto para volver a una etapa –inicios de los 70– de la música inglesa que es opacada, de este lado del mundo, por una historiografía centrada en el pop bombástico, el glam y el rock pesado. Y no es por hacer todo eso de lado (¡de ninguna manera!) pero es vital entender lo que hacían entonces John Martyn, Roy Harper, Bert Jansch y el mismo Chapman.
Light in the Attic se ha dedicado a relanzar sus primeros discos, que tal vez propongan viejas-nuevas maneras de abordar la canción para los chavales inquietos pero ensimismados que empuñan guitarras para hacerle frente al mundo. Porque todavía quedan, y muchos.
Michael Chapman, el fully qualified survivor, nos recuerda que Norteamérica también es Frank Stanford y Sam Shepard, Bob Dylan y Gram Parsons, carreteras y moteles, desiertos y bosques, blues y música de raíces; es un lugar de mitología justificada y donde se han forjado grandes historias y grandes canciones. Y no esa hecatombe que nos ha tocado ver de cerca en estos días.
C/S.