ESTEBAN CISNEROS
La música salva. Llámenme romántico, será verdad (y un cumplido). Y aquí estamos ante otra de esas historias. Sí, ahí voy de nuevo.
“The Proper Ornaments” es el título de una de las canciones más bonitas de The Free Design, un grupo legendario y asombroso que, con su pinta y alma folkie y sus experimentos armónicos, se convirtieron en los Velvet Underground del sunshine pop: vendieron apenas unos cuantos discos pero, a la larga, fueron semilla de un montón de música genial.
Y esto vuelve a notarse en The Proper Ornaments, un grupo impresionante afincado en Londres. Y aquí va la historia prometida: Max Oscarnold llegó a Inglaterra, proveniente de Argentina. Escapaba de un sórdido rompimiento con una banda, de las drogas y de su pasado. Se encontró con James Hoare (de Ultimate Painting y Veronica Falls) y se reencontró con la música. Se pusieron a tocar juntos y, después de un tiempo, vieron que había surgido algo bueno.
The Proper Ornaments es el recurrente caso del grupo que echa mano de sus colecciones de discos para armarse una identidad en todo sentido. Pero hasta ahí, porque jugar a Herbert West no es sólo armar engendros de piezas ajenas, sino hacer que vivan y respiren. Su primer sencillo, “Recalling” de 2010, ya anunciaba grandes cosas, que sólo se confirmaron en Wooden Head, su primer disco largo, grabado como un milagro en sesiones accidentadas y caóticas en un clima turbio (algo como lo que se cuenta de Rumours de Fleetwood Mac, aunque re-loa-ded).
Su nuevo disco, Foxhole (Slumberland Records, 2017) es una maravilla, resultado de una evolución natural del grupo y del rigor en la composición. Es, desde ya, un candidato a clásico del futuro. Es jangly y melodioso, es melancólico y brillante, suena a veces a los Byrds y a veces a Bill Fay; hay ecos del Third de Big Star y de la West Coast Pop Art Experimental Band. Pero eso qué: es un álbum que se escucha con gusto de inicio a fin, que emociona, que salva. Eso es lo que cuenta.
Hay que escucharlo. Hay que.
Porque la música salva. Llámenme romántico, pero Max Oscarnold y James Hoare lo saben. Lo demuestran. Y, a su vez, hacen música que puede llegar a otros y anclarlos. A la vida, tal vez.
C/S.