JOSÉ A. RUEDA
La productividad de José Guerrero es extraordinaria. Cuando no ruge al frente de Betunizer, lo hace con Cuello. Y si no, gamberrea con el bajo en esa suerte de rock digital y kraut contemporáneo llamada Jupiter Lion.
Con respecto a los dos primeros, desde 2010 hasta hoy José y los suyos han venido sirviéndonos raciones de hardcore-punk por doquier, ya se ajusten a las estructuras rígidas del rock matemático (Betunizer) o liberen las guitarras para bosquejar melodías a velocidades de la luz (Cuello).
Con la repercusión de Betunizer (mimados por la prensa musical española y dejándose caer por festivales europeos), todos colgaban a Cuello el cartelito de “proyecto paralelo”: un grupo menor, una empresa subsidiaria, un hijo pequeño. No podíamos estar más equivocados.
Con Trae tu Cara (BCore, 2015), tercer álbum en tres años, Cuello adelanta en discos a Betunizer y se confirman como cabezas del nuevo pelotón de punk-rock en castellano que está surgiendo de entre las principales urbes de España. Tras ellos, bandas como Margarita o Juventud Juché recorren los mismos caminos de furia e inconformismo.
Agarrando Mi Brazo que te Sobre (BCore, 2013) y saltando sin pausas hasta Modo Eterno (BCore, 2014) y su último Trae tu Cara, la discografía de Cuello es un continuo de riffs contagiosos, bases robustas y cambios veloces. Un chorro de agua a presión que escuece y refresca al mismo tiempo, pues aunque Cuello muerden duro, no dejan de ser tan mediterráneos como la casa que los apadrina, BCore, cuna del mejor punk melódico barcelonés durante la segunda mitad de los noventa y primeros dos mil (Aina, Corn Flakes, Half Foot Outside, Standstill, Nueva Vulcano).
Desde más al sur, en Valencia, Cuello apuestan fuerte por los sonidos inmortales del hardcore después del hardcore: es decir, de esa escena surgida en el este de los Estados Unidos durante los ochenta (Embrace, Rites of Spring) y los noventa (June of 44, The Dismemberment Plan) y a la que la costa levantina de la Península Ibérica parece asemejarse, sin complejos, tres décadas después. Como si Barcelona y Valencia fueran las nuevas Chicago y Washington D.C.
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