JOSÉ A. RUEDA
España, 1976. Franco ha muerto, pero su sombra aun no ha menguado. Cataluña sufre la resaca dictatorial como la que más. El idioma catalán sigue estigmatizado y la periferia de Barcelona bombea al ritmo que imponen las estruendosas máquinas de la industria automovilística. En la comarca del río Llobregat resuena el eco con acento andaluz y extremeño de sus gentes, migrantes del sur de la península que buscaron en los arrabales barceloneses una vida supuestamente mejor.
La adolescencia en aquella década se relacionaba inevitablemente con el hastío, la penuria, la evasión, el alcohol y las drogas. Montar una banda de rock no era un capricho de artista melómano, pues para eso ya estaban el rock sinfónico, la canción de autor y el nuevo jazz que se cocían en la burguesía de Barcelona.
Montar una banda de rock en Cornellá de Llobregat era una necesidad. Desfogar la rabia acumulada u olvidar la monotonía del día a día eran razones de sobra por las que pasar horas en el local de ensayo sacudiendo guitarras, bajo y batería.
Entre el hedonismo, la provocación, el amateurismo y el odio al rock aburguesado germinó La Banda Trapera del Río en aquellos suburbios barceloneses de mitad de los setenta. Sin quererlo, se habían alineado con lo que estaba pasando en el Reino Unido de Margaret Thatcher, donde Sex Pistols agitaban la escena con idénticos métodos. Sin darse cuenta, fueron los pioneros del punk en España, aunque no supieran siquiera lo que significaba aquello.
Discográficas ansiosas de fichar a unos “Sex Pistols españoles” pusieron la mirilla sobre La Banda Trapera del Río, siendo la multinacional Belter la que editaría su primer álbum. Ocurrió en 1979 y se incluyeron disparos al pecho como “Nacido del polvo de un borracho y el coño de una puta”, “Curriqui de barrio” y “Ciutat podrida” (considerada la primera canción de rock duro en catalán).
Condicionantes externos (censura mediática, conflictos discográficos) e internos (cambios de formación, desfases tóxicos) sumieron al grupo en un silencio de más de una década hasta que la disquera liberó el material grabado en 1982 para su segundo disco, Guante de Guillotina. No apareció hasta 1993 e inició unos dorados años 90 para La Banda Trapera del Río: nuevo contrato discográfico (la independiente Munster), nuevos lanzamientos (un disco en directo y el tercer largo, Mentemblanco) y un sinfín de conciertos por toda España.
Sin embargo, los delirios de grandeza de Morfi, el cantante, desencadenaron la enésima ruptura del grupo. Y la muerte en 2004 del Tío Modes, su guitarrista más emblemático, lapidó a La Banda Trapera del Río.
Con los años se ha ido alimentado la leyenda, se ha escrito un libro y se ha rodado un documental. Como consecuencia, dos resurrecciones: La de 2009, truncada un año después por el fallecimiento de Raf Pulido (otro de los miembros originales) y la de 2016, con motivo del cuadragésimo aniversario de la banda. Si nada falla, La Banda Trapera del río seguirá viva en 2017. Indestructibles.