JOSÉ A. RUEDA
FOTO: CELIA MACÍAS
Tres años sin lanzar un disco no tiene que ver con alguna falta de actividad por parte de Pony Bravo. Desde la publicación de De Palmas y Cacería (El Rancho, 2013), además de las giras por la Península Ibérica, el cuarteto formado por Dani, Pablo, Javi y Darío ha estado inmerso en distintos proyectos en los que ha dejado la huella sonora de lo cabalgado hasta ahora con el Pony.
Y digo “hasta ahora” porque la banda de Sevilla ha desplegado una paleta estilística inmensa que disco a disco y concierto a concierto ha venido ampliando hasta abarcar desde el blues hasta el son, pasando por el rock, el reggae o el flamenco.
En su última mutación, el caos industrial acompasado en variopintos patrones rítmicos que armonizan el kraut y el dub con la tradición andaluza es la base de la revolución flamenca iniciada por Niño de Elche. En el álbum Voces del Extremo, Dani y Darío se encargan del entramado sonoro sobre el que el cantaor flamenco esparce sus quejíos.
Además, mientras pasan los meses de 2016, los cuatro jinetes del Pony Bravo ensayan en algún lugar de Sevilla lo que será el segundo disco de su otro grupo, Fiera, que es una suerte de Einstürzende Neubauten sudados bajo el temible sol andaluz.
La vanguardia de hace tres décadas resucita en manos de Pony Bravo, que picotean tanto de la experimentación anglosajona (Devo, Pere Ubu, P.i.L.) como del underground sevillano de los setenta (Smash, Triana, Veneno). De este modo, la banda destierra un movimiento alternativo perdido en Sevilla cuando se lo llevaron a la tumba ilustres de esta ciudad, como Julio Matito (Smash) y Jesús de la Rosa (Triana).
En aquella España de la transición democrática, la ambición artística germinó en Sevilla de forma especial, y sus músicos balanceaban con suma naturalidad el rock progresivo norteamericano con el desparpajo propio de Andalucía. Mirándose en el mismo espejo, Pony Bravo parten de las ganas de escapar del ambiente conservador de una de las ciudades más tradicionales y clasistas de España (“la tradición aprieta los dientes” cantan en “Turista ven a Sevilla”) y, encerrados en Los Corralones (un viejo edificio ocupado por artesanos y activistas), incuban un sonido único repleto de mil referencias.
Ocurrió en 2008. A lo lejos, en el horizonte, una densa cortina de humo adivinó el trote rabioso del Pony Bravo: el rock fronterizo y los ritmos andalusíes se abrazaron en Si Bajo de Espalda No Me Da Miedo (Discos Monterrey). En Un Gramo de Fe (El Rancho, 2010) ampliaron la nómina de influencias y las canalizaron para lograr un estilo personal e intransferible. Y con De Palmas y Cacería (El Rancho, 2013) acabaron de remachar el sonido genuino de la banda.
Olvidadas las primeras composiciones en inglés, Pony Bravo marcan con fuerza el acento andaluz, machacan el krautrock de Can con la copla de Manolo Caracol y se van por zambras y guajiras con la misma soltura con la que se lanzan a la pista de baile (“La Rave de Dios”, “Ibitza”).
En este interminable collage pop, descubrimos un aumento de dosis caribeñas mucho más hispanas que el reggae (presente en todos los discos: “El guarda forestal”, “Pumare-Ho!”, “El mundo se enfrenta a grandes peligros”…). En sus conciertos (laboratorio de experimentación pública en el que acostumbran a estrenar canciones) ya está sonando una versión del mambo “Qué le pasa a Lupita”; lo cual, junto a su reconocida idolatría hacia Héctor Lavoe, nos hace vislumbrar nuevos horizontes latinos en la música del conjunto.
Toda la música de Pony Bravo se puede descargar legalmente bajo licencia de Creative Commons, AQUÍ.