Estamos en el local “Bula”, en el corazón de Almagro. En la puerta vibra una energía extraña y un viento electriza la noche. Estamos por entrar a ver a PIBA, banda que estéticamente podríamos linkear al rock alternativo de finales de los ochenta y principios de los noventa, aunque en sus temas conviven elementos del garage, el surf y el punk.
Formadas en Buenos Aires en 2017, sus integrantes son Macarena Merlo (composición,
guitarra y voz principal), Margarita Ruben (guitarra y coros), Estefanía Rey Quintana (bajo y
coros) y Martina Boixader (batería), lo primero que hay que decir es que, desde mi
perspectiva, PIBA dejó una huella notable en el escenario, con un recital lleno de actitud,
energía, y una conexión profunda con su público.
PIBA no es una banda común. Por algo estamos haciendo este reporte, claro. Su sonido
crudo y enérgico se une a letras que, aunque aparentemente simples, logran conectar
con sentimientos universales que resuenan especialmente en un público joven, y no tan
joven (¿qué es ser joven?).
Pero algo novedoso. PIBA pudo demostrar arriba del escenario que el espíritu del rock está
vivo dado que lograron llenar el local con un público cuasi adolescente y fervoroso, que se
entregó por completo a la experiencia del show, cantando todos los temas y haciendo pogo.
Como antes.
La voz de la cantante principal, Macarena, es un punto aparte. Casi todos los temas de
PIBA son literalmente fuego y energía. Aunque hay momentos, como en la canción
“Ansiedad”. Los primeros 45 segundos de esa canción son una hermosura que, desde
mi punto de vista, exigen que la banda indague en “los lentos”. Me atrevo a decir que
todo el que la escuche estará de acuerdo conmigo.
En el escenario, PIBA se convirtió en una manifestación de la esencia salvaje, rebelde
y glamorosa del rock. Nada que ver con la futbolización del rock, las cuatro subieron al
escenario ataviadas con atuendos que combinaban sensualidad, destellos de Glam Rock, y
hasta una boina al estilo Joe Strummer.
Las integrantes de la banda, además, comandaron el show con una confianza
arrolladora. Los riffs de Margarita Ruben, su guitarra crujiente y los ritmos de batería
implacables se fusionaron en un torbellino sonoro que mantenía al público en un
movimiento constante.
El clímax de la noche llegó cuando Macarena, derribó literalmente “la cuarta pared” y se tiró entre la multitud para sumergirse en un pogo que había estallado y unido a todos en la pista. Las emociones se desbordaron mientras Macarena y los fans compartían la energía del momento en un pogo gigante que simbolizó la unión entre la banda y su audiencia. Estado de rock.
“Este es el tipo de experiencia que me recuerda por qué amamos el rock”, me dijo un
treintañero eufórico al finalizar el recital. Este cronista comparte.
En un mundo donde la música a menudo se convierte en una vía para expresar inquietudes
y emociones, PIBA emerge como una voz auténtica y sincera para la juventud. Su
capacidad para transformar emociones en canciones irresistibles y desencadenar una
conexión visceral con sus seguidores asegura que su estrella seguirá ascendiendo en el
firmamento musical y no se sorprendan si pronto las ven por tierras mexicanas.
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