Un viaje instrumental que raya en el soundtrack y a veces en el new age.
SAMUEL VALDÉS
Antes de que saliera The Division Bell (1994) yo solo conocía a Pink Floyd por “Another Brick on the Wall Pt.2” y los detestaba. Luego MTV Latino nos recetó maratónicas sesiones de “Take it back” y “High Hopes” y me costaba entender que fueran la misma banda. “Claro, tonto, no está Roger Waters, no es Pink Floyd”, me decían los sabios de la aldea.
Después entendí que la etapa con el mercurial Waters tampoco era Pink Floyd si se medía con la misma vara puritana: el único Pink Floyd era donde estuvo Syd Barrett y su sempiterna locura.
Ahora, ahorrémonos el hígado y dejemos el purismo para los que disfrutan vivir en cajas de granito. The Endless River es el último disco de Pink Floyd, y es un trabajo más acorde con la reflexión ambiental que propusieron en The Division Bell, que con el progresivo de Animals (el mejor disco de la era Waters) o el áspero viaje psicodélico de The Piper at the Gates of Dawn.
Nacido de sesiones de grabación y demos, la mayoría de la era de The Division Bell, este nuevo disco es un largo viaje instrumental que a veces raya en soundtrack y a veces en new age. Los airosos rompecabezas de sintetizador que Richard Wright dejó son las alfombras donde David Gilmour (guitarra) y Nick Mason (batería) montan los arreglos musicales que crean un disco que es una serie de cuatro largas canciones separadas en movimientos menores.
Vamos, Pink Floyd siempre ha gustado de los largos pasajes instrumentales y en todos sus discos estos han tomado un sabor diferente, reflejando lo que la banda quería plasmar. La tristeza solemne en “Shine on You Crazy Diamond”, la locura de “One of These Days” o la barroca asamblea de “Dogs” no buscaban resaltar, sino unir ideas.
The Endless River sacrifica vocales para extender los momentos instrumentales de The Division Bell (“Marooned”, “Cluster One”) y extrapolarlos para crear un viaje. Sólo un track tiene vocales, con letras cortesía de Gilmour y su esposa Polly Samson. “Louder than Words” es quizá el punto más extraño del disco por esa razón: estaría más a gusto en un disco solista de Gilmour (recomendables, por cierto) que en esta despedida de la banda.
¿Podría convencer a alguien obsesionado con alguna etapa que no sea la de Gilmour que este es un buen disco? Lo dudo. Incluso creo los fans de The Division Bell y A Momentary Lapse of Reason quedarían un poco insatisfechos por esto. Tal vez sí es un disco que llega un poco tarde, pero para la gente que se clavó con Pink Floyd con un (personalmente) infravalorado The Division Bell, The Endless River es una gran coda que debe llenar ese socavón que dejaron la partida de Richard Wright y el arte plástico de Storm Thorgerson.
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