Su tercer álbum es una guía posmoderna para la consagración artística.
LANE COUTELL
En noviembre de 2011 se reunió una selecta concurrencia en el Guggenheim de Nueva York, donde se inauguró una exposición de Maurizio Cattelan; artista cuyas esculturas hiperrealistas confrontan las fronteras entre realidad, sátira y humor negro. Los invitados para amenizar el evento eran nada menos que MGMT, quienes días antes anunciaron que dicha presentación sería distinta a su acto en vivo. Quienes identificaban a la banda por canciones como “Kids” se llevaron una tremenda desilusión, al ver que el set constó sólo de piezas instrumentales –o con pocas vocales– creadas para la ocasión.
Casi un año después, en septiembre de 2012, los integrantes de la banda, Andrew VanWyngarden y Ben Goldwasser, participaron en el Joshua Light Show; evento que combina música y proyecciones de imágenes psicodélicas. Esta vez se presentaron sin su banda de apoyo y ofrecieron un recital de música ambiental más cercano al trabajo de Aphex Twin o Brian Eno, de quien los músicos son seguidores, al grado de componerle una canción.
Ambos eventos parecerían precedentes importantes para establecer la dirección que tomaría MGMT en su último álbum, aunque hay que tomar en cuenta que la banda ha recorrido un largo trecho artístico tratando de probar puntos controversiales y tomando decisiones poco predecibles, lo que hacía más complicado saber qué estaban tratando de demostrar.
“Tras la pésima recepción comercial de Congratulations, da la impresión de que la banda entró a una época oscurantista en su carrera”
Su tercera producción, de título homónimo, contesta algunas interrogantes y deja otras abiertas. Tras la pésima recepción comercial de Congratulations (disco que no cumplió con la expectativa mercadológica generada por Oracular Spectacular), da la impresión de que la banda entró a una época oscurantista en su carrera: sencillos menos digeribles, un cambio de imagen menos asociado a la subcultura tribal-chic y la tendencia a rendir tributo a influencias poco ortodoxas (ver su compilación para “Late Night Tales”).
Todo esto parece ser una estrategia muy arriesgada para la banda que podría jactarse de haber descubierto el hilo negro de la música pop a finales de la década pasada. Algunos medios hablaban de suicidio comercial o de un deliberado aislamiento de sus seguidores, lo cual no suena descabellado en un mundo que se mueve en sentido de la ganancia económica y los resultados medibles.
El detalle que casi siempre pasa desapercibido es el de la integridad y la consagración artística, porque simplemente ya no hay mucha cabida para esos conceptos. En una época donde reina la cultura de lo inmediato, prácticamente cualquiera puede ser escuchado, y mientras más se homologa el recurso para la expresión, menos espacio hay para la originalidad.
Existe una continua negativa a diseñar obras que perduren, porque el arte ahora tiene una fecha de caducidad más reducida y en unas horas puede aparecer el nuevo movimiento que llame la (de por sí dispersa) atención del público.
MGMT es un disco que suena caótico, desenfocado y sintetizado, sin embargo es el disco más humano que ha confeccionado la banda hasta hoy, simplemente porque refleja el proceso interno de sus creadores y los expone como artistas centrados en otros intereses. Ellos sólo quieren hacer lo suyo, y por “lo suyo” me refiero a satisfacer sus necesidades creativas, antes que las de cualquiera (prensa y fans incluidos).
Sonará ridículo o pretencioso, pero es de admirar el grado de coraje que se requiere para darle la espalda al éxito comercial. No hace falta diseccionar más el disco ni tratar de entender su idiosincrasia. Estos son temas que simplemente deben ser escuchados para llevarnos a través de su ritmo envolvente.
Sólo queda una reflexión: en un mundo donde la tendencia es repetir, siempre hay principios básicos que tomar en cuenta. Un artista también es exitoso cuando se respeta a sí mismo y parte de una base creativa que lo alimenta.
–