EMILIO REVOLVER
FOTOS: ADRIÁN ROCHA
No se puede pensar el trabajo de una generación hasta que aparece su primer muerto. En 2011, ese momento llegó para un grupo de músicos, artistas y comunicadores que trasformó parte de los años noventa e inicios de los 2000, en la capital mexicana.
El pasado viernes 3 de junio se realizó en Bajo Circuito el evento “5 Abel”: show en vivo y álbum de covers para conmemorar los cinco años de eternidad de Abel Membrillo, músico y locutor de radio, pieza que dio cohesión a toda una generación.
“Distinto, salvaje, impredecible”, es como explica Luis Demetrio el sonido de lo que para él es la banda clave del rock independiente de inicios de los 2000. “Para mí (Los Nena) es la mejor banda de México. Es una banda que arriesgó, experimental, de música inclasificable como él”, nos dice. Porque Los Nena (2001) y Vol. II (2004) son, en efecto, un valioso resumen del mestizaje y de lo inclasificable.
Abel cantaba historias de amor, narraciones disparatadas, chistes y poesía, al tiempo que su banda canibalizaba motivos de folclor mexicano. Tal cual, una banda de noise dispuesta a interpretar sones huastecos, liderados por un Tom Waits enamorado del surrealismo.
“Era Hello Kitty y David Lynch”, comenta Laura, una de sus mejores amigas. “Era un tipo con look de raro, y de una voz simplemente seductora. ‘Lo que mata no es la bala… sino el agujero’, siempre se despedía así en la radio, y en él la bala era su voz y su inteligencia”. Abel fue parte del ensamblaje de Rock 101, con uno de sus programas considerados históricos: “La Puertita. Antiradio”, y luego fue pieza fundamental de Radioactivo, otra histórica de la radio mexicana de rock.
“Nick Cave y Tom Waits eran su sello”, explica Laura, para acabar el dibujo de la propuesta radiofónica de Abel. Termina la entrevista y ella sube al escenario con el conjunto Luz y Fuerza, que comienza a tocar. Es el proyecto de tres hermanas, y a Laura le gusta llamarlo “eclectocumbia”. Pasan de las reminiscencias sonoras al sonido Tex-Mex –que acentúan con sus elegantes sombreros oscuros– y de ahí a un cover de Donna Summer, para detenerse en “Disco Funky”, canción de Abel que extiende su fusión de cumbia y rock por más de siete minutos.
Las aleaciones extrañas son las que reinan esta noche en Bajo Circuito, como quizá, todas las más genuinas noches del rock mexicano. “¿De qué sirve tocar igual a las mejores bandas de Nueva York o Los Ángeles?”, comentan dos asistentes sentados en su mesa. “¿Por qué mejor no ser nosotros mismos?”. “Yo soy funky y soy el próximo amanecer del mundo”, dice mientras tanto Laura al micrófono, y la letra de Abel suena este 2016, año ávido de dinamitar fronteras, a promesa cumplida.
“Llega un maestro al salón de clase y le dice a todos sus alumnos: hoy van a saber lo que es el infinito. Y empieza a trazar una delicada raya horizontal por todo el pizarrón, se acaba el pizarrón y sigue trazando por las paredes del salón, se acaba el salón de clase y continúa trazando y trazando, pasa las paredes de la escuela, sale de la escuela, los alumnos se asoman, ven al maestro perderse de vista, y nunca regresó al salón”, cuenta Abel en la canción “La Pena Máxima”, de Los Nena, historia que presumiblemente hace referencia al artista Melquiades Herrera, y en la que podemos ver una línea blanca que no se detiene, la de la tradición de preguntarse qué es, qué debiera ser el rock mexicano.
Luego empieza el show de Belafonte Sensacional. El organizador de la fiesta-conmemoración-álbum, Luis Membrillo, hermano de Abel, nos asegura que si su hermano siguiera con vida estaría haciendo algo como lo de Belafonte. La continuidad de la línea.
Son salvajes, festivos e inclasificables, hechos de la mezcla entre blues, folk y punk, sin ser nada de ello, sino puro brillo del tercer mundo, eso que no se enseña en las escuelas de música. Para el cover de “100 Niños”, Belafonte hace una imitación de Tom Waits. Vaya que a Abel le hubiera gustado.
“Hay que apostar por la cosa creativa, porque difícilmente te vas para abajo, la cosa es no estar estreñidos, porque el rock es no ser estreñido”, nos cuenta Alex, guitarrista de Los Esquizitos, otro proyecto clave de esa generación. Ante la necia pregunta de ¿qué sigue para ellos?, sólo responde: “Lo que sigue para los Esquizitos es ahorita hacer un cagadero y luego ir a casa”. Es su turno, con ellos termina la noche. Desenfundan las Fender y arremeten.
El sonido, quizá por el tiempo que ha pasado, parece haberse endurecido más en lugar de reblandecerse; nada de lo que ha sonado los últimos 15 años en la escena de México o el mundo parece haberlo movido de su sitio.
Aquello se vuelve un carnaval feroz, como si fueran los inciertos noventas. Las distorsiones de Alex, Uili y Nacho parecen poder perforar las paredes, suficiente para dejar el tinnitus anidando en el oído, que es sin duda la melodía de las noches triunfales de la escena underground.
Termina la noche y con ella aparece la certidumbre de haber visto reunida por un día a toda una generación que se abrió brecha a base de garage, surf, noise, cabaret, diseño colorido y surreal; generación que tiene su legado indeleble para quien quiera recorrer “los hoyos funkis” y se deje atrapar por los sonidos nocturnos.
Dicha generación fue la que nos explicó cómo se entendía lo independiente a finales de los noventa e inicios de los 2000, y al reunirse año con año para conmemorar a una de sus figuras centrales, y al hablar de él se define también a sí misma: “un sonido distinto, salvaje e impredecible”; “una generación experimental que dejó música inclasificable”; “siempre tirando buena onda”; “siempre en la cosa creativa”; “look de raros”, “historias simples, cotidianas, que pudieron convertirse en arte”. “Lo que mata no es la bala… sino el agujero”.