ALEJANDRA CHAVARRÍA
¿Qué es lo que revitaliza a un género que tiene más de medio siglo de vida? La posibilidad, tal vez, de fusionarse con otros estilos que renueven su sonido original. Y es justo lo que hizo Imelda May en esta producción. Un disco que muestra su innegable calidad vocal al mezclarla con otros ritmos.
Los materiales anteriores de la cantante irlandesa de rockabilly están más apegados al género puro, sin demasiada intervención de elementos novedosos; sin embargo, aquí hay un predominio notorio de la guitarra eléctrica y arreglos mucho más producidos que no son comunes en este género que data de fines de la década de los cincuenta.
Y como buen rockabilly, este disco consta de material listo para incendiar las pistas de baile con los mejor pasos de jive, además de un poco de nostalgia con esbozos de jazz y blues en temas como “Gypsy in Me” o “Little Pixie”, además de un toque de sensualidad en temas como “Wicked Way” o “Wild Woman”.
En pocas semanas el sencillo “It’s Good to be Alive” escaló las listas, y actualmente el disco se encuentra en el ranking de mejores lanzamientos del Reino Unido. Imelda May siempre se preocupa por dar todo de sí, ya sea en el escenario o en sus grabaciones; detalle que se aprecia en un género como éste, que necesita de mayor empeño en la producción.
Un disco con un sonido mucho más salvaje y atrevido, que deja claro que esta poderosa y atractiva mujer tiene un estilo propio y que no se le debe comparar con sus antecesoras (Wanda Jackson, Sparkle Moore, Janis Martin) ni con sus contemporáneas (Kim Lenz).
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