EMILIO REVOLVER
En una comunidad en Korpilombolo, Suecia, han sobrevivido viejos ritos de brujería anteriores a las cruzadas. Con esos ritos está forzosamente entrelazada la música, que se enseña a sus integrantes desde niños. Hace unos años, tres de sus habitantes se alejan de la tribu para tener un breve contacto con las ciudades, y de ahí nace Goat, banda que a través de la improvisación encuentra un resquicio donde el afrobeat, la sicodelia y el garage se unen.
Construyen una canción, “Goatman”, que llega hasta la disquera londinense Rocket Recordings, quienes ante la sorpresa de escucharlos deciden trabajar con ellos un LP. El resultado es World Music (2012), uno de los mejores discos de los últimos años.
¿Verdad? ¿Mentira? No importa. La historia es tan buena que, de no ser enteramente cierta, merece ser un acto de voodoo, uno de esos momentos donde la magia guía y la realidad concede. De Goat acaba de liberarse su tercer material, Requiem, cuyo título parece dejar poco a la especulación. ¿La banda se estará desintegrando?
El álbum suena dividido: una primera parte parece la recreación de una comida familiar hippie, que tiene en el ensueño afrobeat de “I Sing In Silence” sus mejores momentos. El track inicial, por ejemplo, “Djorloren/Union of Sun and Moon” es un completo desastre, y poco anuncia la verdadera pulsión creativa de la banda.
Pero a la mitad, el álbum da un vuelco y en “Goatband”, la banda que escuchamos en sus dos trabajos previos regresa. Parece que se habían ido de cacería y dejado a sus hermanos no talentosos grabando. En Requiem hay mucha presencia de guitarras acústicas, que inevitablemente aportan un matiz folk, y que dan hallazgos como “Try My Robe”, delirante joya de cadencia gitana.
“Goatfuzz” y “Goodbye” parecen sacadas de la misma casa en que se compuso el Led Zepellin III. Sus mejores momentos son sus pasajes más oscuros, porque es en ellos donde el viaje cae nuevamente en la hechicería, y donde el paraje recreado por la música parece más profundo. En esos momentos la repetición se siente como una acumulación de energía que inevitablemente va subiendo la temperatura del cuerpo.
Todo lo que está alrededor de Goat es emocionante. Además de su historia, está su estrafalaria indumentaria. Llevan sus rostros cubiertos con máscaras, mezcla de medioevo, renacimiento, cultura africana y apache. Dan poquísimas entrevistas y no hay nombres para sus integrantes, algo inaudito en una escena en la que brillan los nombres propios.
El Requiem aludido en el título parece para ese mundo antiguo del héroe anónimo, en el que no hay división entre él y el cosmos. Ahora, en la época del canibalismo cibernético, pareciera que estamos obligados a ser seres públicos, a estar aislados, a tener un nombre y un rostro a la vista de todos y a ser clasificados.
No existe la privacidad, vivimos para que otros vean nuestras fotos. Goat se han protegido de eso de una forma en la que ya no se creía posible: 4 años en la red y en la luz pública, 3 discos y aún no sabemos nada (y más interesante) a ellos no les interesa todavía mostrar nada más de lo que digan esas máscaras, que parecieran protegerlos de un mundo en el que lo real y lo virtual se confunden. No se sabe quiénes portan esa indumentaria multicolor que critica además que es ser cool y cómo supuestamente deben verse las estrellas de rock.
Si bien no es el mejor de sus esfuerzos, Requiem se siente como el cierre de una trilogía donde ha lucido el atrevimiento. Al terminar el álbum, parece no ser por ellos por quien tocan esa canción de muertos; ellos parecen vivir aislados en un paraje paradisiaco, protegidos por el anonimato de la naturaleza; parece ser por todos nosotros, las ratas de ciudad que matamos las horas subiendo la vida a la red, y todo lo que se nos viene.
Este álbum es el cierre de una trilogía en la que triunfa el ímpetu de mantenerse lo suficientemente lejos de sus influencias, el ímpetu de evitar convertirse en una copia, y, principalmente, triunfan las sombras de lo propio, o como debiera entenderse lo propio, como algo que en su esencia, es un camino secreto y desconocido.