ÁNGEL ARMENTA LÓPEZ
La descalificación es un asunto que se nos da fácil a los mexicanos, incluso si lo que se descalifica tiene un gran sentido de beneficio. Francamente, no encuentro razón para calificar a esta etapa de festivales en la CDMX como lo han hecho algunos periodistas intrépidos y comités académicos de la materia al llamarla “festivalitis”.
De unos años para acá, la CDMX ha enriquecido su agenda cultural y en específico su agenda musical, con una serie de festivales que van desde el mainstream hasta los que rompen los cuidados habituales de consumo y convencionalismo.
Si bien los carteles que más sobresalen año con año son los del Vive Latino y el Corona Capital, existen otros que apuestan por el contenido, mezclando alineaciones arriesgadas y vanguardistas, como es el caso de Aural y El Nicho.
Otros, haciendo fuertes apuestas por sonidos provocativos y salvajes como Bestia y Nrmal, y en otros casos con apuestas por las escenas emergentes de nuestra ciudad. Gracias a estos festivales, tan solo en estos días contamos con una buena camada de artistas en nuestro país, como el caso de Television, Björk, M.I.A, Psychic TV y The Brian Jonestown Massacre, entre otras.
¿Pero qué hay más allá de lo que se presenta en los escenarios? Es la pregunta que puede ayudarnos a comprender de mejor forma a los festivales y su papel como industria creativa. ¿Cuál es el beneficio mayúsculo de un festival en términos de gestión?
La gestión debe comprenderse como una práctica plural, puesto que los quehaceres culturales lo son. Desde las políticas culturales, trabajos comunitarios, museografía y diseño de proyectos culturales, la gestión debe comprenderse desde los horizontes más amplios.
En principio, todas son válidas en forma y fondo, y podremos cuestionarlas de acuerdo con sus objetivos específicos cuando hablan de transformación social, cohesión y desarrollo, aunque muchas de ellas se queden en un trabajo efímero sin mayor impacto.
“Los festivales son los escenarios perfectos para que a través de la experiencia que rodea a la música, las personas puedan reforzar sus identidades y autoconocimiento…”
IDENTIDAD
Según Simon Frith, la música tiene varias funciones sociales, destacando algunas de ellas en nuestra identidad. La identidad es un proceso infinito y dinámico que nunca será inmóvil y que constantemente nos construiremos a partir de muchas experiencias, ideas y acciones.
La música juega un papel importante, pues gracias a ella logramos explicarnos el mundo, situaciones, sentimientos y realidades. Nos apropiamos de las canciones y artistas y los hacemos parte de nuestra vida. La identificación con un género, escena o artista da paso a crear comunidades musicales, y los festivales son los escenarios perfectos para que a través de la experiencia que rodea a la música, las personas puedan reforzar sus identidades y autoconocimiento, es una experiencia de nosotros con el mundo.
De esta forma, y con apoyo de diversas dinámicas, podemos comprender que mi identidad, a pesar de ser construida desde lo que no quiero ser, puedo convivir, respetar y comprender al otro, borrando cada vez más las brechas de nosotros/los otros.
GESTIÓN
Existen varios factores por los que deberíamos poner más atención a lo que ocurre en el circuito de los festivales, desde la creación de sus conceptos, hasta las innovadoras formas operacionales, sus cruces con otras disciplinas y tareas como la publicidad, el marketing y otros estudios más duros como la antropología, sociología, la economía y las artes, dando como resultado comprender a la gestión como una práctica inter, múlti y transdisciplinar.
Lo interesante de la gestión dentro de los festivales, es el cruce que se da entre la planeación estratégica y formal y el entretenimiento. Caso NODO, de Nrmal, el congreso sobre diseño gráfico de la revista PICNIC, las charlas sobre medios independientes de Coordenadas, o el Heterodoxias Festival, el cual me encargo de dirigir.
Todos ellos han apostado por la socialización del conocimiento fuera de las aulas, dando como resultado que los candados de las instituciones se rompan y lleguen a más personas, gracias al intercambio de conocimiento en ambientes más relajados y de festividad.
COLABORACIÓN Y REDES
Los festivales atraviesan por varias etapas y estrategias, sobre todo en la preproducción, donde existen prácticas encaminadas a la difusión, posicionamiento y detonación del festival, que a su vez visibiliza el trabajo de nuevos medios de comunicación, plataformas, agentes creativos y bandas emergentes.
El trabajo en redes permite reconocer el ecosistema de la música contemporánea, así como comprenderlo desde sus formas en la industria hasta el reconocimiento de la labor del otro. Cada día se trabaja en crear nuevos modelos y metodologías de trabajo que se adapten de mejor forma a las nuevas tecnologías, a la comunicación global y otros estándares de creación.
Los nuevos paradigmas cuestionan y hackean lo que va quedando obsoleto, mientras que la cooperación en redes ayuda a pasar del paradigma setentero del ¡hazlo tú mismo! al ¡hagámoslo juntos!
ECONOMÍA
Después de la iniciativa de #consumenacional que se dio tras la llegada a la presidencia de Donal Trump, se abrió una brecha para volver los ojos a lo que ocurre en nuestro país, ciudad o barrio, para recordarnos que hay cosas que valen la pena, desde los festivales que se encargan de programar sus alineaciones con bandas emergentes, hasta los que son un pretexto eficaz para el turismo, como sería el caso de Cumbre Tajín, por ejemplo.
Los festivales que apuestan por una programación que diversifique los contenidos y nichos culturales, ayudan a la circulación de la industria creativa, no sólo para pagar al diseñador, al ingeniero de audio o para que los organizadores puedan seguir pagando la renta de sus espacios, sino para el fortalecimiento y consolidación de las escenas, pues esto genera que los espacios sigan abriendo, los músicos sigan tocando, y los organizadores sigan apostando por generar una cartelera cultural cada vez más arriesgada y diversa.