TEXTO Y FOTOS: GERARDO ORTEGA
Lo que en estos tiempos parecía impensable, reunir en un mismo festival a las máximas figuras del rock –y al decir máximas me refiero precisamente a las más trascendentales–, Paul Tollet lo logró al armar el cartel del Desert Trip y celebrarlo en Coachella, en Indio, California.
La reunión de Bob Dylan, The Rolling Stones, Neil Young, Paul McCartney, The Who y Roger Waters formaba simplemente, el concierto del siglo.
Un concepto donde los precios no eran baratos, pero que entendió y atendió perfectamente al público al que iba dirigido ofreciendo orden, logística y comodidades.
El asistente promedio rebasaba los 45 años, aunque muchos de ellos eran de la misma edad de los músicos o más… Y es que el promedio de edad de las estrellas era de 72 años, y si vamos a numeralia, juntos han vendido más de 439 millones de discos distribuidos en 172 álbumes en un promedio de más de 54 años de carrera.
Viernes
En un espacio donde se acomodan perfecta y cómodamente más de 60 mil personas, algunos lo hacen en gradas, otros en sillas, los más pudientes en sofisticados palcos y la zona general con perfecta visión y accesibilidad, se inició el festival al caer el sol con la presencia abrupta, ya que no hubo presentación ni saludo, de Bob Dylan.
En un escenario dotado de tres megapantallas que facilitaban el seguimiento de los músicos y que se apoyaba de efectos visuales, el show de Dylan presentó imágenes en blanco y negro de la sociedad americana de los cincuenta o sesenta, y ocasionalmente aparecía la toma de su interpretación hasta que decidió que no quería salir más a cuadro y se optó por dejar el pietaje vintage.
Durante más de 90 minutos interpretó temas tras tema, zigzageando entre folk, blues y rock and roll. Usó la guitarra, la harmónica, el piano y su rasposa voz en perfecto estado. Pero sucedió algo no esperado por la gente: Ningúno de sus temas consolidados sonó, no “Blowin’ in the Wind”, no “The Times They Are A-Changin’”, no “Knockin’ on Heaven´s Door”, no “Like a Rolling Stone”. Y así como llegó, se fue. Como pianista de burdel, tocó y salió.
The Rolling Stones venían embalados de una gira por Norte y Sudamérica, donde tocaron puntos como la Ciudad de México y La Habana. Y “Start Me Up” detonó la fiesta.
Las satánicas majestades hicieron lo que quisieron y lo que saben hacer, y la gente lo celebró, no tan efusivamente como el público latino, pero los reconoció. Hace muchos años que no estrenaban una canción en vivo y aquí presentaron una que tenía escasas horas de su lanzamiento y que encabeza su nuevo disco Blue & Lonesome.
La precisión de Watts se desequilibró en al menos un par de ocasiones, la guitarra de Richards se excedió en volumen en una rola y se notaron algunas dudas en la improvisación, pero ¿eso qué? The Rolling Stones pueden hacer lo que quieran. Lo emotivo fue el reconocimiento que hicieron a The Beatles y en aprecio interpretaron “Come Together”.
Sábado
El canadiense Neil Young alteró un poco el escenario al montar sendas mantas en las pantallas y darle un toque campirano o montañés al set. Cerca de las 6:40 arrancó uno de los conciertos más emotivos y entrañables del festival. Las notas de la armónica de Young no las decodifica el cerebro, lo hace el corazón. Retumban en lo más profundo.
Y cuando de guitarras se trató, la desgarradora interpretación por más de diez minutos de “Cortez the Killer” fue memorable, así como también tuvo pasajes hermosos cuando interpretó “Harvest Moon” y parejas de la tercera edad bailaron abrazados. “Me quedan 40 segundos, me dicen los organizadores, pero no puedo acabar sin ‘Rockin´ In the Free World’” esta frase sacudió a un público que se había caracterizado por su apatía.
Paul McCartney es preciso, exacto, atinado. Es inglés pues. Y en ello llevó una presentación acomodada, con picos emocionales donde se debe, momentos reflexivos en otros, nostalgia requerida en algunos y descansos con temas lentos también.
Setlist bien balanceado con temas de The Beatles, Wings y de su carrera solista. El punto alto fue cuando llamó a Neil Young a compartir escenario e interpretar juntos “A Day in the Life” y rematar con el recuerdo de Lennon cantando “Give Peace a Chance”. McCartney no falla, y lo que ha hecho lo coloca en la cima.
Domingo
El espacio de Coachella ofreció servicio de comida gourmet a módicos 250 dólares por fin de semana, o fast food de diversas especialidades, cerveza realmente fría a 11 dólares, un espacio donde se exhibían fotografías icónicas de la historia del rock tomadas por la lente de Baron Wolman o Jim Marshall entre otros.
Además hubo una tienda de discos, en la cual debías esperar un poco para que no se conglomerara el interior, pero valía la pena por una buena colección de vinilos de rock clásico. Playeras conmemorativas a 40 dólares y el póster oficial a 75 dólares, entre algunos de los objetos de recuerdo.
El personal de atención sumamente cordial y amable, que siempre estaba dispuesto a apoyarte, a tomarte una foto o indicarte las disposiciones de seguridad. El sonido fue espectacular, con la colocación de 24 torres de doble line array de frente y back, lo que asegurada un perfecto sonido en cualquier parte o distancia del escenario. Desert Trip mostró una organización, logística y producción perfecta.
The Who, que aunque están en gira quedaba cierta incertidumbre sobre una poderosa presentación, hizo lo que se esperaba: el Rock and Roll. The Who es la banda más ruidosa del mundo, Daltrey y Townshend son unos músicos espléndidos, porque dan de más, se entregan totalmente y conservan una energía envidiable.
Pete recordaba a la audiencia que hace 49 años rockearon en California, cuando muchos de los asistentes aun no nacían –aquí si les refutaría un poco, porque muchos ya habían nacido–, en el Monterey Pop Festival. Ver el rehilete de Townshend darle a la guitarra, o el floreo del cable del micrófono de Daltrey son una de las estampas imborrables del rock, y aun lo hacen, es más: Pete se desliza de rodillas en “Won´t Get Fooled Again” como hace 50 años.
Poder absoluto, sublime interpretación de espacios de “Quadrophenia”, himnos tras himnos, batería energética de Zak Starkey –que honra el lugar de su padrino Keith Moon–, sobriedad total del bajo de Pino Palladino. Todo lo anterior hace que The Who siga siendo un referente histórico.
La espera entre artista y artista era de aproximadamente una hora, tiempo en que se deambulaba cómodamente entre los espacios de Coachella, se socializaba o se compraba bebida o comida; es decir, no se sentía el puente en cuanto al tiempo, aunque al final, el cuerpo sí sentía el cansancio de los largos desplazamientos.
Roger Waters venía de apoteósicos conciertos en la Ciudad de México, donde interpretó la música de Pink Floyd y emitió sendos mensajes políticos y de conciencia social al mundo entero. La presentación fue muy similar y el escenario se acondicionó lo más cercano a como lo acostumbró.
La duda y el morbo se daba en si era capaz de despotricar contra Donald Trump. Y cuando sonó “Pigs” los mensajes en contra del republicano aparecieron en pantallas. La audiencia estaba en silencio, no emitía emociones por las palabras proyectadas. Hasta que la frase “Trump Is a Pig” detonó en un grito unánime y brazos alzados en señal de apoyo.
El cerdo volador salió al público y se paseó por varios rincones como si estuviera amaestrado, cuando la mayoría leyó “Ignorant, Lying, Racist, Sexist. Fuck Trump and his Wall” se retiró por la salida. Un coro de niños acompañó a Waters en “Another Brick in the Wall, Part 2” con playeras con la leyenda en español “Derriben el muro”, y sí, lo volvió a hacer y ahora se los dijo a los americanos en su propio país.
El final cerró majestuoso, después del recorrido musical de Pink Floyd y la lectura de una carta en referencia a los hechos ocurridos en la franja de Gaza. Roger Waters sabe de su influencia, de su poder y su convocatoria, y los usa responsablemente para promover causas sociales envueltas en las texturas de su música.
¿El rock se va a morir?
Cierro esta crónica con la frase que le da título: “El Rock se va a morir”… y lo hará porque sus creadores se están yendo. 2016 ha sido un año trágico en ese sentido, llevándose a muchos de los pilares de la música; los creadores y los evangelizadores del rock, porque como se dice y se sabe, el rock es una actitud ante la vida.
Desert Trip fue la oportunidad para que los forjadores de la historia del rock les dijeran a las nuevas generaciones de lo que fueron capaces, de lo que crearon, en lo que creían, de lo que marcaron, lo que defendieron, por lo que lucharon, por lo que gritaron, y este mensaje lo dejan como legado, para que no se extinga la expresión de la juventud de finales del siglo pasado.
El rock se va a morir, a menos que la nueva generación lo mantenga, lo asuma y enarbole con orgullo su sentir y su pasión.
Twitter: @gortega7