ESTEBAN CISNEROS
I
Nuestra música es eléctrica.
Es la música de la era de los cables. De la distorsión. De embudos y lengüetas oscilantes. De voltios y julios, de la física puesta al servicio del arte, la ciencia hecha furia y vértigo. Es la música de los decibelios y la distorsión. Good, good, good vibrations.
Y nos sigue sorprendiendo la electricidad. Nos sigue sorprendiendo la electricidad, como cantaba Espanto. Que sí.
Electricidad cuando tú me miras. Y todo eso.
II
The Magic, de Deerhoof es un álbum eléctrico.
No, en serio; no es una verdad de Perogrullo ni un juego de palabras. Pon play. ¿Verdad? Suena a eso: a una bellísima manipulación de la electricidad.
III
Deerhoof está muy bien y tiene muchos años de estarlo. La banda de San Francisco hace honor al espíritu de la ciudad y, más allá de los devaneos haightashburiescos inevitables en sus narrativas de la música de la electricidad, es un colectivo en constante reinvención. Aunque sea sólo por joder.
Son indies de vieja escuela no por sus peinados y suetercitos, sino porque son una empresa manejada por ellos mismos. Son algo dadaístas y nómadas, estetas y cotillas, la vanguardia les va bien y practican el performance porque es parte de treparse a un escenario.
Hacen cagadero en el estudio y en escena porque esta música eléctrica no puede ser estreñida. Andan en busca de La Próxima Cosa Grande y la encuentran cada vez y se les escapa con la misma facilidad porque de eso se trata y casi nadie les llama experimentales porque casi siempre el juego con distintos elementos les sale bien. Tienen, con todo, un sonido, que es lo que buscan los chavales linces de hoy, pero también tienen canciones, que es lo que buscan los chavales linces de ayer.
IV
The Magic, decía. Un disco eléctrico, decía. ¿Pusiste play? Sí, otra vez. Otra vez.
¿Verdad que es un disco colorido y brillante, galvánico y exultante? No pueden ser sólo mis nervios. Sí, este verano idiota y plomizo nos predispone a este ritmo, a esta voz de Satomi Matsuzaki, la aventurera (quien sigue pareciéndome una digna heredera de Damo Suzuki, pero tal vez también son sólo mis nervios), a esas guitarras destempladas y a esos tambores fanfarrones. A estos sonidos y alteraciones. Pero, precisamente por eso, qué bueno que Deerhoof (o cualquier grupo que se tome la música tan en serio que sean capaces de reírse de sí mismos) está aquí.
The Magic es emoción limpia para un mundo enfermo y triste.
V
Satomi, John Dieterich, Ed Rodriguez y Greg Saunier rentaron una oficina en medio de la nada en Nuevo México. Se cercioraron, claro, de que el local contase con todos los pagos por luz y energía eléctrica. Los imagino discutiendo la idea con la obligada referencia a Breaking Bad, por el lugar. Conectaron un montón de cables, apretaron un arsenal de botones, y un cúmulo de aparatos zumbaron como un ejército de histéricas abejas de metal.
En quince días grabaron un LP. Y les salió muy bien.
La sensación que da The Magic es de una mixtape bulliciosa y verbenera. Ruidosa. Eléctrica. Y cómo no: el álbum es, además de una gran colección de canciones y sonidos, un ejercicio de recuperación de la niñez (una tentación insalvable en el arte y la música) pero no desde lo naïf ni desde lo pastoral, sino desde la visión suburbana del asombro por las guitarras Fender y los amplificadores Marshall.
Los niños que descubrieron la electricidad. Y, por ende, la magia. La radio, los discos, la televisión: de repente fueron escaparates a un mundo posible, tal vez mejor, que uno podía construirse solo. Y que muchos hicieron realidad. La idea era colgarse una guitarra, aporrear una batería, y encontrarle un sentido a este pinche mundo. O inventárselo, que era lo mismo. The Magic es un disco que suena a eso, justamente.
Magia y electricidad. Pues sí, qué mejor manera de definir la música, nuestra música.
C/S.
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