CARLOS CELIS
“¿Todavía sigues aquí?”, me preguntó. “Sí, Señor Gallegos”. Ese era yo respondiéndole a Jesús Gallegos, el entonces director y fundador de la revista TVyNovelas. “No me puedo ir hasta que firme mi carta de recomendación”, sentencié. Hizo una mueca y me pidió que le dijera a su secretaria que le llevara una del machote. Yo tenía unas cinco horas esperando, desde el medio día, cuando él me avisó que mis servicios ya no serían requeridos.
Han pasado muchos años y la carta de recomendación que nunca he usado es esa, la de TVyNovelas, pero era un trámite necesario porque nadie quiere llegar a un trabajo nuevo y que piensen que te despidieron del anterior. No era el caso.
Durante mi estancia en Editorial Televisa, recuerdo una plática que me perturbó bastante con alguien que antes trabajó en el área de prensa de varias disqueras y a quien conocía de esos días cuando hacía entrevistas de música. Después intentó manejar personalmente a artistas de menor categoría y por eso me lo encontraba a cada rato. “¿Y sí estás contento aquí?”, me preguntó. “¿Por qué no habría de estarlo? Es un buen trabajo”, le respondí. “Pues ya sabes… Televisa… Es muy inestable”. Tenía razón y lo odié por ello.
Guardé la carta de recomendación de Jesús Gallegos –la forzada, la que tomó de un machote– más como un souvenir, casi como un documento antropológico, que como una carta seria que pretendiera usar como recomendación. De hecho, siempre la pensé como todo lo contrario: una carta de TVyNovelas en nuestro medio es prácticamente una carta de anti-recomendación. Pero no dejaba de ser una curiosidad, conservarla como un autógrafo del fundador de los tabloides de chismes en México.
La necesidad laboral me llevó hasta esa revista. Como les decía, ya había tenido que soportar hasta las insinuaciones y malas mañas de periodistas de izquierda. Digan lo que quieran de Televisa, pero al menos ahí no intentaron llevarme a la cama para darme trabajo. Al revés. Conocí a mucha gente dispuesta a entregar el cuerpo con tal de avanzar laboralmente. Yo, afortunadamente, pude ignorar todo el asunto. Ni siquiera tenía que escribir si no me apetecía. Mi trabajo era como supervisor de un área de revistas de espectáculos y lo único que escribí, por morbo y por diversión, fueron los resúmenes del primer Big Brother.
Cuando tuve que recurrir a cartas de recomendación no fue para un trabajo. Los tiempos seguían muy difíciles y para encontrar un nuevo empleo podía pasar mucho tiempo. En ese lapso me enteré de un diplomado para periodistas organizado por un prestigiado colegio que estaba ofreciendo algunas becas. Tres cartas de recomendación, de tres periodistas, era requisito. Yo conocía a mucha gente, pero si iba a pedirles algo, tenía que ser gente que captara su atención… Salto en el tiempo. No conseguí esa beca. Ahorita regresamos a esa historia porque antes es necesario contarles otra.
Algunos de ustedes que leen estas Crónicas me han preguntado por qué no las publiqué en un libro y ya les expliqué que sí lo escribí pero lo deseché. Precisamente lo escribí después de mis experiencias en Editorial Televisa, cuando acabé asqueado de los medios de comunicación y las figuras del espectáculo. Pero sentí que todos estos músicos, actores, intelectuales y demás figuras públicas que conocí a través de los años, aún necesitaban una pieza central que le diera cohesión a mis experiencias como periodista. Lamentablemente, llegué a la conclusión de que esa pieza central tenía que ser Madonna.
Y digo lamentablemente porque, al menos hasta hace poco tiempo, Madonna era la personalidad que todos querían conocer y por lo mismo conseguir una entrevista con ella era sumamente difícil. Por más banal que a muchos periodistas les parezca, la entrevista con Madonna sigue siendo –incluso hoy con todos sus ridículos– la cúspide de una carrera, el unicornio del periodista musical… Salto en el tiempo. No conseguí la entrevista con Madonna.
Lo que sí sucedió fue que empecé a escribir para el diario Reforma, uno de los periódicos más importantes del país. Hasta allá se extendía el brazo de una “mafia rosa” a la que nunca supe que pertenecía, o de hecho no pertenecí. Pero ellos me buscaron y me pidieron que escribiera sobre música en la sección de espectáculos, y de paso también escribí en el suplemento cultural. Hasta que cierto día Madonna regresó a México después de 15 años de ausencia.
Yo estuve en el Autódromo en 1993 cuando se presentó con The Girlie Show y ahora estaba de vuelta en 2008 con el Sticky & Sweet Tour. Yo tenía relativamente poco tiempo colaborando con el Reforma, pero me dijeron que me tocaba cubrir el concierto y escribir la reseña que saldría publicada ese mismo fin de semana. Pensé que tal vez eso sería lo más cerca que iba a estar de Madonna y me dio mucha alegría pensar en mi nombre escrito junto al suyo en ese importante periódico.
Pero a unas horas del concierto, me llamaron para decirme que Ocesa no cumplió con el número de cortesías que habían prometido y que si yo no tenía mi propio boleto, tendrían que encargar la reseña a alguien más. Me puse colérico: “¿De dónde quieres que saque un boleto para el concierto de Madonna a esta hora? Yo confié en ustedes que son el periódico más importante. ¡¿Quién le niega cortesías al Reforma?!” Esas fueron solo algunas de las frases que salieron como fuego de las fauces de un dragón.
Pensé que jamás volverían a llamarme, que en ese arranque había perdido no solo la oportunidad de escribir de Madonna, sino también un espacio importante en los medios de comunicación. Y sin embargo, me equivoqué. Me llamaron al poco tiempo para ofrecerme otro concierto… el de Celine Dion. Ya no estallé, simplemente imploté. Imaginen que un dragón no fuera inmune a su propio fuego. Así. Acabé reducido a cenizas. Carbonizado ante la frustración.
Había escuchado de la “mafia rosa” pero nunca pensé que fuera tan literal. ¿A quién se le podía ocurrir que Celine Dion era un buen premio de consolación tras lo sucedido con Madonna? Solamente a alguien que fuera dueño de todos los álbumes de Mariah Carey y que siguiera religiosamente los conciertos de VH1 Divas. Me negué, sabiendo que con esa respuesta yo mismo me estaba cerrando las puertas de ese periódico. Pero mi desencanto fue mayor. No entrevisté a Madonna. Deseché el libro que había escrito. Jamás volví a leer el diario Reforma.
Entonces pensé que era momento de regresar a la escuela, de aprender un poco más sobre mi profesión. Ese diplomado que les conté sonaba muy bien en ese momento. Y para mis cartas de recomendación escogí al escritor Xavier Velasco, al crítico de cine – y también Director de la Cineteca – Leonardo García Tsao, y al periodista de espectáculos Horacio Villalobos. Para ahorrarles parte de la molestia, yo mismo redacté un machote.
Primero busqué a Xavier, a quien por aquellos días era complicado encontrar porque había ganado el Premio Alfaguara con su novela Diablo Guardián. Si ustedes han leído estas Crónicas desde el inicio, recordarán que yo trabajé con él en algunas revistas y por eso, cuando finalmente lo localicé, fue muy amable y firmó la carta de recomendación después de agregarle unas palabras muy generosas.
Yo había coincidido con Leonardo García Tsao en un par de publicaciones, algunas de cine y otras de música, y aunque nunca pasamos de cruzar algunas palabras de cortesía, en papel nos separaba solo una página. Por lo mismo, el machote que recibió decía algo así como “he estado cerca de su trabajo”. No pude entregárselo en persona porque no hubo oportunidad, así que lo dejé en la revista Rolling Stone, donde ambos escribíamos. Cuando pasé a recoger la carta, la persona que me la entregó me dijo que Leonardo había sido muy sarcástico y que había cambiado aquella frase porque él y yo no éramos cercanos… (O RLY?)
El tercero fue Horacio Villalobos y de él siempre me he expresado bien como persona, porque lo conocí cuando trabajé en Telehit. Otra vez fue muy amable conmigo y también le hizo algunas modificaciones muy generosas a mi carta. Me preguntó para qué la quería y le dio gusto enterarse de que yo tenia la intención de seguir aprendiendo y de prepararme mejor.
Y en eso se quedó, en la intención, porque como ya les adelantaba, no conseguí la beca. Sin embargo, pasó un año y cuando menos lo esperaba me llamaron de aquel colegio. Yo estaría enredado en otros cientos de problemas porque ya ni recuerdo qué estaba haciendo, pero la llamada me tomó por sorpresa. Me pidieron que metiera mi solicitud para el diplomado por segundo año. Les pregunté por qué y desde cuándo ellos llamaban a los aspirantes para pedirles algo. Me respondieron que nadie tenia cartas de recomendación como las mías y que les hacían falta solicitantes como yo.
¿Se acuerdan cuando les expliqué cómo implota un dragón? Pues con mi último aliento de paciencia les pregunté si aquello significaba que esta vez sí me darían la beca. Me dijeron que no podían garantizar eso. Les respondí que dejaran de estar quitándome el tiempo, que borraran mi teléfono de sus registros y que no me volvieran a llamar.
Y fue así como hace apenas unos meses empecé a considerar reactivar mi proyecto de disquera independiente. A través de Facebook había conocido a un mexicano que vive en Suecia y que me recomendó algunas bandas de por allá. Vino a la Ciudad de México después de varios años de instalarse en Europa y me presentó a su mujer, una galerista a la que le había contado que yo trabajaba en la música, y cuando me preguntó exactamente en qué, le respondí: “Llevo más de veinte años haciendo periodismo musical, tengo un sello independiente y además soy DJ… No toco ningún instrumento, no soy músico… La verdad es que no sé absolutamente nada de música”.
Podría terminar la historia aquí. Con esas simples y claras palabras, todo está dicho. Pero permítanme contarles más, porque es probable que los detalles puedan interesarles…
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