CARLOS CELIS
Hace unos días me presentaron a una galerista de Suecia. Le dijeron que yo trabajaba en la música y cuando me preguntó exactamente en qué, le respondí “llevo más de veinte años haciendo periodismo musical, tengo un sello independiente y además soy DJ… No toco ningún instrumento, no soy músico… la verdad es que no sé absolutamente nada de música”.
Y con ese párrafo estoy contando todo lo que tengo que contar. Podría terminar la historia aquí. Con esas simples y claras palabras, todo está dicho. Pero permítanme contarles más, porque es probable que los detalles puedan interesarles.
Soy un periodista que ha trabajado en medios de comunicación incluso antes de terminar la escuela. Un DJ que ha sido DJ incluso antes de comprar una tornamesa (o para el caso, el reproductor de música que se utilice hoy). Un melómano que nunca imaginó que tal condición iba a definir su vida, porque nunca se lo propuso.
Si vamos a ser absolutamente sinceros, mis primeros recuerdos musicales corresponden a los de cualquier niño promedio. No voy a mentir para tratar de hacerme el interesante. Muchas veces he dicho que el primer libro que leí fue La Divina Comedia, y es cierto. Pero musicalmente no fui tan profundo. Empecé… probablemente con Crí-Crí. Y canciones tradicionales, como muchos niños. Luego vendrían los grupos infantiles, prácticamente inescapables a mi generación, como Parchís y Timbiriche.
Pero ya más consciente, siempre cuento como mi primer recuerdo musical el día que llegué en 4º de Primaria a la escuela, con una grabadora portátil, y durante los recreos comiendo mi “lunch” bajo un árbol, le ponía play a un cassette para repetir una y otra vez “I’m So Excited” de las Pointer Sisters… GAAAAAAAYYYY! ¿Pero qué iba a saber un niño de 9 años?
La historia era que mi hermano mayor acababa de regresar de un viaje de Houston con un montón de cassettes grabados de la estación de radio local y que ahí venían todos los éxitos del momento: Huey Lewis and the News, The Cars, Phil Collins, Madonna, Cindy Lauper… pero por alguna razón (que ahora ya sabemos) yo preferí a las Pointer Sisters. Muchos años después, cuando estrené mi primer programa de radio, honraría ese recuerdo utilizando como canción inaugural la versión de Le Tigre.
Últimamente me pregunto cómo fue esa misma experiencia para los demás, sobre todo para otros colegas. Yo recuerdo Cancún y haber llegado a la secundaria con un cassette recién comprado, el importado de Raw Like Sushi, de Neneh Cherry, y que todas las niñas brincaran sobre mí para que se los prestara. Por aquellos días todas querían aprender el rap de “Buffalo Stance”, porque el video no dejaba de pasar por el MTV gringo y porque en los antros de la época –a los que nos dejaban entrar en las “tardeadas” – la ponían a tope y la gente se volvía loca.
Por aquellos días compré mi primer vinilo. Como explicaba al principio, ni siquiera tenía una tornamesa para escucharlo, porque yo seguía escuchando cassettes en mi grabadora. Así que los vinilos que compraba los escondía de mi madre para que no se diera cuenta en qué me estaba gastando mis “domingos”. Pero había una razón más importante por la que escondí mi primer vinilo y fue por el artista que escogí…
Para mi primer vinilo enfrenté una difícil decisión. Tenía 13 años y me encontraba en Beat Box, la tienda especializada para los DJs residentes de las discotecas de Cancún (y todos aquellos que pretendiéramos seguir sus pasos). Al dueño no le caía nada bien que un puberto pasara horas ahí revolviendo los vinilos para llevarse solamente un 12”. Pero yo no podía decidirme entre la ya mencionada Neneh Cherry con los remixes de su canción, el 12” de “Good Life” de Inner City o el sencillo de “Come Home With Me Baby”… de Dead Or Alive.
Si han leído con atención, podrán imaginar que me decidí por Dead Or Alive. En la tele local pasaban mucho el video de “Come Home With Me Baby” donde Pete Burns no escatimaba en exuberancias, como iba a hacerlo, semejante drag queen y famoso por ello. Ahí, en la portada del sencillo estaba él, full-on-drag, y por eso tuve que esconderlo de la vista de mi madre, o hubiera sido regañado por partida doble.
Ya más tarde, cuando vine al DF a estudiar, recuerdo haber llegado a la prepa con mis vinilos de Jane’s Addiction, EMF y otras bandas así, y ganar amigos por ello. También aprendí rápido que los vinilos NO se prestan, a menos que estés preparado para no verlos nunca más (Chencho y David Escamilla, sigo esperando eh…)
Por eso, últimamente me pregunto cómo fueron esas experiencias para los demás. Todos los melómanos las vivimos, pero el gusto musical también define. Ya establecimos que en este particular caso el gusto era extravagante, por no llamarlo de otra forma, pero a veces lograba confundirse con lo cool. Por ello que también me lo pregunto de algunos colegas. No por entrar en un tema de prejuicios musicales, pero sí porque en este gremio tus preferencias musicales y tus experiencias musicales, te definen y definen tus intenciones: Quién eres hoy y por qué haces lo que haces en los medios de comunicación. ¿Eres cool o no eres cool? ¿Quién eres y qué quieres?
Me pregunto si llegaban a la escuela con sus discos de Richard Clayderman, o si ya presumían desde niños escuchar a Frank Sinatra, o si acaso intercambiaban cassettes de Tchaikovsky, Vivaldi y Beethoven con los otros niños.
Dejemos esa y otras interrogantes para la próxima entrega.
[…] contaba la semana pasada que yo vine al DF desde Cancún, donde ya tenía la influencia de los DJ de discotecas, pero antes […]