Probablemente éste sea el disco más personal de Christina Rosenvinge hasta la fecha. El origen de este álbum es, como ella misma lo explica, una canción dedicada a su padre, un danés que decidió quedarse a vivir en España tras su viaje de bodas.
El tema “Romance de espada”, escrito en una noche del aniversario luctuoso de su padre, sirve como punto de partida para este disco que se antoja como una obra conceptual. Un disco que fluye con una naturalidad que echábamos en falta en su disco anterior Lo Nuestro.
Aquí los arreglos y las líneas de voz suenan con una urgencia y honestidad que traspasan la piel. La combinación de guitarras acústicas y eléctricas siguen siendo la base que le da forma a las canciones, aunque se nota el extremo cuidado que tienen los arreglos.
Un ejemplo de lo anterior se nota en “El Pretendiente” y esos sintetizadores que suenan a la mejor época de The Cars, o en “Niña Animal” y esa línea de bajo a lo Lou Reed que gana presencia con unos sintetizadores con un sabor al sonido de finales de los setentas. Esta influencia viene directamente del gusto de Christina por la música de David Bowie, que tras su muerte revisitó su discografía y retomó esos elementos que hacían de la música del Duque Blanco algo único y especial.
Uno de los momentos más interesantes del disco se da cuando escuchamos “Pesa la palabra”, balada que atraviesa por varios estados de ánimo donde la voz de Christina se vuelve la protagonista de una historia que le da todo el valor a la capacidad de guardar silencio. Según la propia cantante, con este álbum intentó ponerse en la piel de un hombre y tratar de entender y sentir cómo se vive la soledad desde el lado masculino… Ser un crooner con todas las de la ley.
Estamos frente a un disco que apunta a convertirse en uno de los mejores de 2018 dentro de la escena española, y uno de los mejores de la carrera de Christina Rosenvinge. Quizás sea muy pronto para tal afirmación, pero Un Hombre Rubio tiene las canciones que lo respaldan.