ARTURO URIZA • Una nueva etapa de los japoneses que parece amalgamar todo su trabajo previo y que quizá dará paso a nuevos sonidos.
Boris es una banda conocida por su constante y bastante distinguible cambio en el sonido o estilo musical para cada disco, lo cual siempre ha sido una virtud para esta banda japonesa que en el pasado ha entregado algunos de los mejores discos de metal, drone, sicodelia y heavy contemporáneo.
Akuma No Uta, Heavy Rocks y Flood, además de ser tres de sus más brillantes trabajos, muestran con facilidad la dinámica de este titánico trío, y su encanto por jugar con la calma, el caos, las atmósferas y los cambios repentinos. Parece que entonces, en este lanzamiento número diecinueve se demuestran varias cosas: primero, que no paran de trabajar, ya que además de sacar tal cantidad de LP en menos de veinte años, hay otros tantos lanzamientos como EP y colaboraciones que se le pueden sumar a su prolífica carrera; una constante mejora profesional y estilística.
Otra cosa que Boris demuestra es que a pesar de llevar tantos trabajos, no han agotado el ingenio para seguir creando canciones monumentales, energéticas, y de una narrativa que no requiere necesariamente el lenguaje, que se da a entender con el sonido; un sonido que dicho sea de paso, sigue igual de fornido que hace años.
El espectro sonoro se ha acentuado y han optado por regresar a los esquemas de temas mucho más cortos, con excepción de “Angel” y “Quicksilver”, en donde hacen un despliegue genial de constante ascenso, una progresión que explota en las cimas del drone y sludge y que pasa los 19 y 9 minutos, respectivamente.
El hecho de recurrir a canciones mucho más cortas les permite en este disco abarcar más sonidos, e incluso en “Quicksilver”, que es un tema largo, se nota la intención de recorrer diferentes tipos de sonidos, desde el punk-hardcore hasta el shoegaze y estilos vocales del rock japonés.
“Taiyo No Baka” es una rareza enormemente disfrutable que comienza con ritmos electrónicos y voces suaves y se convierte en un túnel pop lleno de distorsión; una intervención plausible y llena de ingenio. Wata, la parte femenina de la banda, además de ser un monstruo tocando la guitarra, es la encargada de infundir los sonidos más letárgicos y oníricos cuando se trata de lo vocal. “Heavy Rain” goza de su particular voz y una enorme capa de guitarras y distorsión que se acompañan de sonidos ambientales de lluvia que crean escenas post apocalípticas al por mayor.
Noise es un disco verdaderamente completo; se dilata y contrae conforme avanza, se endurece y suaviza. Es definitivamente una nueva etapa de Boris, un ciclo que parece amalgamar todo el trabajo anterior y que quizá dará paso a nuevos sonidos. Desde “Melody” –el tema inicial–, hasta “Siesta”, –la que cierra el disco–, Boris estipuló que venía a dar clases, a servir como una escuela.
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