LUIS RESÉNDIZ
La banda británica se encarga del soundtrack de esta cinta, que parece ser un viaje directo a algunas zonas de la locura. ¿Te subes?
Existe la idea más o menos dominante de que los discos como los conocemos desaparecerán con el advenimiento del .mp3. En algún lugar llegué a leer incluso que los músicos serían más de canciones que de discos.
Yo no lo sé de cierto, pero no lo creo. Las canciones, nadie podrá negarlo, son vehículos efectivos para decir cosas, pero el disco me sigue pareciendo una forma imprescindible: prologándose en el tiempo, extendiéndose en él; la música contemporánea, la de remixes, álbumes conceptuales, hip-hop y electrónica, terminará pareciéndose más a la música clásica (esa cuyas piezas pueden ser larguísimas, con varios movimientos dentro de cada pieza) que a la música pop (esa de canciones de tres o cuatro minutos que generalmente finalizan en sí mismas).
Este soundtrack de Broadcast parece un buen exponente de la primera visión de la música: su constitución recuerda más a la de un mixtape; pareciera que es un concepto único el que lo va formando, con pequeñas piezas que van construyendo el todo.
En este caso, el detonante parece ser la locura: voces, ruidos, sintetizadores Moog como de iglesia o de tétrico videojuego ochentero (encontré incluso reminiscencias de Castlevania, lo cual quizá no sea gratuito, porque aquí estuvo el guitarrista Tim Felton, que se fue a grabar con Billy Bainbridge, de Plone, máximos exponentes de la música con sintetizadores de videojuego) y baterías que parecen sacadas de un disco de pop sesentero en medio de atmósferas shoegaze.
Cierto aire preciosista –esto no lo sé de cierto tanto como lo percibí— recorre el disco: hay alguna elegante contención en medio del pandemónium sonoro. El soundtrack de Berberian Sound Studio, como la película, es un viaje directo a algunas zonas de la locura, así que acérquese con cuidado: no va incluido el boleto de vuelta.
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