NICO GONZALEZ
Tal vez el error fue mío, claudicando ante la ansiedad, deseando revivir aquel mar de emociones, aquel torrente de hits que fue Rebelde (2011), creyendo que el tiempo no pasa, y que si pasa todos somos capaces de movernos con él.
Saber moverse en el tiempo es importante en general, pero en particular para los artistas. Sobre todo en estos tiempos de puro impulso y puro presente, donde 15 segundos es el tiempo máximo de fijación y donde todo se mueve, por lo menos, a 10 MB. Se mueve el tiempo, se mueve el artista, pero también se mueve el oyente. No somos los mismos del 2011.
Amiga claramente no es Rebeldes, aunque mantiene varias cosas de él. Desde el punto de vista sonoro no hay mayores cambios. El bombo en negra; fijo, recto, dance, pero sin maquillaje. La orquestación, el piano, los synthes gomosos, algún guiño a la música 8 bits y al caribe y la guitarra acústica un poco más presente.
Después, canciones a un tempo que Alex Anwandter maneja bien, oscilando entre el dance y la balada pop, fraseando melodías que hoy, a media década del boom, ya son clásicas del nuevo pop chileno.
El quiebre se da en lo lírico. Acá es donde Alex pretende avanzar, sin éxito desde mi punto de vista. Es bastante conocido que Alex es un hombre de izquierdas, y por cierto es bastante conocido que Alex es gay. Sin embargo, la espina dorsal de este álbum se centra en estos dos aspectos ya conocidos de su vida. De hecho, la canción “Manifiesto” podría haberle dado nombre al disco perfectamente.
El lenguaje de este trabajo es bien directo, plagado de primera persona y con poco espacio para la mala interpretación, aunque también para la libre. Alex escribe sobre personajes de la clase obrera, sobre ser “el maricón del pueblo”, sobre su origen andino y sobre la pesadumbre de la vida en el capitalismo. Relata conversaciones profundas y todo con una aparente urgencia que, si tenemos en cuenta que es su primer lanzamiento en cinco años, es comprensible.
Sin embargo, pese al claro corte político y social del disco, no logra conmover tampoco musicalmente, llegando por momentos a dar la sensación de ser un disco muy largo. Es curioso, primero porque no lo es, y segundo porque, insisto, no difiere mucho a nivel sonoro y rítmico de lo que fue Rebelde. Pasan años, pasa el tiempo, martillando el mismo clavo… reza Alex en “Siempre es viernes en mi corazón”. Creo que el problema está allí.