MARÍA MERIOMA
Una cita que se antojaba imprescindible, aunque el directo fuera de más a menos.
El concierto de Izal en La Riviera era una cita especial por la sala, la ciudad (la suya) y el que en los festivales del año pasado fueran una presencia constante que apetecía ver llenando un escenario con su sola presencia.
La escena indie los aclamaba y las negritas no vienen por una etiqueta puesta a modo de definición; Izal ha editado sus álbumes de manera independiente gracias al público que lo sigue y el éxito que tiene se lo ha ganado por la música y la apuesta de un buen equipo en la labor, comenzando por el grupo de músicos que lo compone.
Para muestra: anunciaron el concierto en noviembre y a principios de enero colgaron el cartel de “estradas agotadas”; deseos de verlos así había muchos y se notó por parte del público antes y durante el concierto.
La Riviera es un destino clásico en la capital española, muy deseable por su capacidad, fama y ubicación pero nunca por su sonido. De hecho, puede que lo de la acústica se resuma en algo que concluí ayer: es de los pocos lugares destinados a conciertos en los que a metro y medio del escenario se oye mejor que cerca de la mesa de mezclas.
A veces no pudimos escuchar bien los cajones o la melódica pero los agradecimientos a Mike, técnico de sonido encargado, no fueron una formalidad. Su trabajo fue excelente con lo que esa sala implica (una en la que se perdían los cajones o la melódica involucrados por momentos).
El concierto fue una especie de noria (rueda de la fortuna en México); una en la que te subes a 45 grados; la cuenta atrás en las pantallas, la puntualidad y sobre todo la fuerza con la que arrancaron tocando “Despedida” y luego el primer sencillo de Agujeros de Gusano, “Hambre”, hizo subir y mantuvo el nivel tres cuartas partes del concierto.
A todos dieron una experiencia de respiración, buen rollo, luz sonora y calor envidiable para cualquiera que se queje del invierno por estos días. La receta de la magia y efectos especiales se compuso de: interacción entre el grupo y sus 2,500 personas al frente, los músicos que pisaron el escenario (frecuentes colaboradores o primeros integrantes), 23 canciones y 30 tubos de confeti repartidos entre el público.
Además dieron un gusto a los seguidores desde su primer EP dedicando una parte del concierto, que permitía extenderse más que en los festivales, a lo que han llamado “El combo EP”, aquellos que siempre piden canciones de sus comienzos como: “Sueños Lentos, Aviones Veloces” o “Eco”.
La segunda mitad del concierto estuvo un tanto decaída… hubo saltos, emoción y conejitos de peluche volando al escenario en “Su extraño regalo”, casi todos vibraron con “Pánico Práctico”, pero fueron momentos geniales de visión en la noria que descendía.
Las últimas tres canciones (los epílogos de Agujeros de Gusano) y las tres del bis no retomaron la fuerza con la que arrancó esa imagen de cuenta atrás. Preguntando por ahí, la gente coincidía en que al final “algo hacía falta”… como a esta frase si fuera la última.
Puede que hiciera falta toda una noche porque no acudir a esta cita era imperdonable.
[…] iba para realizar unos conciertos ahí y decidí parar, no regresar a Madrid, que era donde estaba viviendo, para grabar el disco nuevo. Viajaba con una guitarra, un […]