JOSÉ A. RUEDA
FOTO: SARA CONDADO
Se recurrirá una y mil veces al concepto “retro” para describir el sonido de Las Odio, tan en la onda de sus coetáneas Chiquita y Chatarra, The Parrots, Hello Cuca o Los Nastys. Sin embargo, seríamos capaces de desandar, sin tropezar, el sendero que va de los grupos mencionados a la irrupción del ye-yé en los sesenta (Conchita Velasco y Marisol aparecen, sin despeinarse, en su lista de influencias).
En el camino cruzaríamos puentes como el del mod ibérico desarrollado en los ochenta y el piruleta-pop embebido en el indie de los noventa, completando un trazado ininterrumpido que nos hace plantear si esto del power-pop garagero no es sino un género más, tan vivo y actual como cualquier otro.
Y, además, tan ibérico como la rumba, la canción melódica o la jota castellana (por poner tres ejemplos al tuntún), ya que en España los ritmos del beat británico se inyectaron tan profundamente en las venas de la juventud del tardofranquismo que las nuevas bandas supieron pronto encontrar conexiones con la copla o el bolero.
Las Odio continúan, pues, una tradición rítmica conocida que han plasmado en su debut Futuras Esposas (Desvelo, 2017): veinticinco trepidantes minutos repartidos en diez canciones sin rodeos. La coctelera se agita a ritmo de rocanrol primigenio, pop demodé, copla contemporánea y spaghetti-western, a lo que se añaden giros inesperados hacia el punk-rock más ligado al movimiento riot grrrl.
Tal acervo sonoro se actualiza con un alegato contemporáneo en el que caben críticas a la moda pasajera (“A tu ritmo”), burlas a la pose hipster (“Yo lo vi primero”) y, sobre todo, un feminismo edificante en el que lo mismo homenajean a Virginia Woolf (“Un cuarto propio”), envidian el poder femenino de ciertas especies animales (“Mantis religiosa”) o se querellan contra el machismo imperante en el gremio musical (“Indiespañol”).
Y es que Las Odio logran algo mucho más importante que potenciar la vigencia del garage y la psicodelia en la escena alternativa actual: visibilizar a la mujer en la música no comercial, que es, paradójicamente, uno de los sectores más masculinizados de la sociedad. Por ello y por más, las necesitamos.