JOSE A. RUEDA
Hablar de Parade es hablar por enésima vez del surrealismo musical oriundo de Murcia y de la peculiar manera de entender la canción pop que tienen artistas de allá como The Yellow Melodies, Vacaciones, Murciano Total o Klaus & Kinski.
Hablar de Parade es hablar del cerebro inquieto de Antonio Galvañ, profesor de música en un pueblo murciano que descubrió el mundo de los sintetizadores a partir de su formación clásica en piano.
Pero no solo el lugar de procedencia define el ADN musical de Antonio. También el listado de amigos con los que se ha venido cruzando hasta hoy da pistas fiables sobre las inquietudes sonoras de Parade.
Colaborador activo en algunos discos de Carlos Berlanga y Me Enveneno de Azules, músico en las sesiones de grabación de Ibon Errazkin tanto con Single como en solitario, productor del álbum No Mires Atrás (2008) de Kiki D’aki y cincuenta por ciento del efímero proyecto Fantasmas del Paraíso (un solo EP en el año 2002) junto a Fernando Márquez “El Zurdo”, eminencia de la Movida madrileña.
Con tales referencias, es fácil adivinar el pop desenfadado al que Parade lleva adscrito desde 1998. Su séptimo disco evoca en su título el futurismo “krafwerkiano” de finales de los 70 y principios de los 80. Demasiado Humano (Jabalina, 2016) no representa, ni de lejos, el lado menos electrónico de Antonio Galvañ, pues los ritmos de computadora marcan nuevamente el devenir de sus canciones.
La diferencia con grupos afines como Astrud e Hidrogenesse (que reconocen abiertamente su ineptitud ante los instrumentos electroacústicos) está en la sabiduría filarmónica de Parade, que adiestra sus loops digitales con la destreza propia de un músico tradicional. El resultado es una electrónica que no quiere serlo, son unos compases binarios regidos por el caos, es el pulso cadente de unas máquinas demasiado humanas.
La pureza del mundo infantil -libre de prejuicios estilísticos y morales- explaya las posibilidades compositivas de Parade, que consigue alejar sus canciones de la banda sonora de dibujo animado para acercarlas por igual al libertinaje melódico de Franco Battiato (“Láser”) y a la mordacidad lírica de Vainica Doble (“Carterista de tanatorio”).
Así, la aparente ingenuidad de sus canciones esconde pellizcos como «el PSOE, los comunistas y el PP votaron juntos por primera vez que sí, por supuesto» que canta en “Cementerio nuclear en la Pequeña Ciudad”, un guiño a Aviador Dro encapsulado en una distopía al estilo de las novelas de Philip K. Dick (homenajeado en el primer corte del disco).
Once canciones demasiado punzantes como para tacharlas de pop dulzón. Un disco demasiado suntuoso como para relegarlo al lo-fi. Una actividad musical demasiado seria como para ser una simple afición.