ULISES GUZMÁN
Magia en chapa de oro
Hubo un curioso periodo en la frontera entre los años 80 y los 90 en que estas décadas se mezclaron de forma muy extraña. Fueron unos años peculiares donde esa estética excesiva de los 80 trató de mutar en otra cosa.
La cultura pop volteó hacia nuevas formas de coolness, alejadas del neón y los peinados de A Flock of Seagulls. Volteó a las subculturas y tribus urbanas de la época para tratar de asimilarlas dentro del mainstream, diluyéndolas, amansándolas, blanqueándolas y empaquetándolas para un consumo masivo. Ya saben creando su versión sabor vainilla, sin riesgos.
El hip-hop y el rhythm and blues fueron algunas de las manifestaciones más asediadas por esta ola de gentrificación de la cultura pop. El gangsta rap tenía mucha fuerza y era sinónimo de lo cool y peligroso a principios de los 90, y los medios, siempre varios pasos atrás de la realidad, necesitaban una versión suavecita de eso para venderla a los adolescentes suburbanos y a la Middle-America.
Y a eso suena 24K Magic, el nuevo álbum de Bruno Mars. Al escucharlo de inmediato me remitió a TLC, Kris Kros, Kid N’ Play, Boyz II Men, Janet Jackson, Seal, Fresh Prince y a las películas que veía en Cinepermanencia Voluntaria de Canal 5, con sus horrorosas bandas sonoras y temas superforzados en el tenor de “Ninja Rap”, de Vanilla Ice o “Men In Black”, de su fresca y ya mencionada majestad, Will Smith (aunque ese tema es de 1997, qué pena).
El álbum tiene un carácter decididamente cursi y barato, pero es completamente intencional. Son detalles que fueron parte de fórmulas exitosas en el pasado, pero no sé qué lectura darle al rescate de esos elementos desde el Siglo XXI, tomando en cuenta que ya pasé por eso cuando originalmente la producción musical era así y no me dejó un buen sabor de boca.
Bruno Mars ha tenido momentos en que me ha parecido un digno heredero de Michael Jackson y del sonido Motown. Canciones como “Treasure” son ejercicios geniales sobre cómo se deben retomar sonidos del pasado, pero llevar eso a la frontera 1980-1990 no es buena idea. El pop de ese periodo, que claramente inspiró este álbum, es bastante desechable. Sin duda Bruno me recuerda a Michael Jackson… Con anemia y no en su fase más brillante.
No sé cómo le hicieron para meter tantos clichés de producción en sólo once pistas, pero allí están. Secuencias que parecen salidas de un teclado Casio de supermercado. Muchas de las percusiones también parecen salidas de una caja de ritmos de juguete de 1991.
Tarolas con reverberación infinita. Melodías pegajositas y empalagosas como de los momentos para middle-aged square guys de Stevie Wonder; esos que Barry no tolera en High Fidelity. Coros dulzones de balada R&B que te harán sentir que escuchas al R. Kelly más cheesy de los 90 (sí, el de “I Believe I can Fly”). Y también hay espacio para clichés del Siglo XXI, como el ya sobadísimo autotune.
Bruno Mars hizo un álbum de época. Lo malo es que adoptó lo que, en mi opinión, son algunos de los años más estériles y viciados de la música pop.
La cosa no está del todo mal. El álbum incluye un par de hits casi infalibles para la fiesta. “24K Magic” es una sólida abridora de álbum y de pista (aunque escuchar a un alfeñique como Mars haciéndose el gangsta es risible y me hace imaginarlo como un personaje de West Side Story).
Y “Perm” te puede poner a bailar sin problema, porque el espíritu funky que tiene esta pieza, al igual que la anterior, refleja ese potencial que tiene Mars oculto en su anatomía de Pedro Fernández circa 1982.
El Bruno Mars de fiesta tiene energía, es emocionante, te hace sentir sus ritmos y te pone a bailar, todo gracias a que usa bien esa efectiva tradición de sonido soul y funk que ya le hemos escuchado y por la que es relevante en el mundo pop.
El Bruno Mars de las baladas… Em… Bueno, remite demasiado a ese momento musical que Nirvana, el grunge y “lo alternativo” sepultaron para bien. El disco 24K Magic tiene sólo un par de temas memorables que, sin duda, se bailaran mucho durante los siguientes meses. Fuera de eso, es un homenaje muy bien producido a una época que no lo merece.