MARÍA MERIOMA
La indiferencia no es un término que le quede bien a Die Antwoord, quienes en medio de una gira mundial y el lanzamiento de su nuevo álbum, Mount Ninji and da Nice Time Kid, no dejan de aparecer en los medios por razones muy distintas a la música.
Lo más reciente: su acusación informal de plagio a su imagen por parte del director de Suicide Squad, el lanzamiento de su propia cepa de marihuana y línea de productos para su consumo –en los estados de EEUU donde es legal– y por último, en la línea de la poca afección que siente el grupo por los periodistas –especialmente Yo-Landi– desató su enfado en redes sociales, después de la mala interpretación que dio el canadiense Daryl Keating a sus palabras al decir que el dúo cumpliría los planes de separarse después de su quinto LP.
El asunto de su separación eclipsó un tanto el lanzamiento de este 2016, Mount Ninji and da Nice Time Kid, pues Die Antwoord recibió atención por parte de los medios generalistas por esa noticia, tapando a los especializados que sí se concentraron en el nuevo LP.
Para centrarnos en lo que importa comienzo con la premisa de que Die Antwoord no es música para escuchar en cualquier parte a cualquier hora. El agrado con el que se les ve en directo no tiene nada que ver con escucharlos en privado; pero no es este disco, son todos en realidad y no vienen con nada que no hayan hecho.
Die Antwoord es igual que antes en este álbum y lo innovador y transgresor deja de ser nuevo y deja de traspasar límites cuando lo repites. En este caso, cuando llevas tres repeticiones después del original, porque aunque puede hallarse una línea narrativa más rica que con $O$, TEN$ION y Donker Mag, definitivamente Mount Ninji and da Nice Time Kid ya no es parte de la historia.
El primer sencillo, “Banana Brain”, es de lo mejor del disco, es lo que mejor funciona a oídos de cualquier despreocupado en una fiesta; tienen meses probándola sobre las tablas y han demostrado que es un hit bailable que enloquece a todos en directo, aún así, no es más que un tema con una base de EDM efectiva. Simple.
Por el mismo camino va la colaboración con Dita Von Teese, “Gucci Coochie”, aunque resulta en algo más interesante con el cambio de ritmos y el contraste de las voces de Yo-Landi y Dita, de lo chirriante a lo sexy. Algo que es la base de Die Antwoord es una estética visual de un gusto cuestionable, entre la vulgaridad y la ternura, o sea, gestos soeces entre colores pastel. Dita les da un poquito de elegancia en sus segundos de texto, no por lo que dice sino por cómo lo dice.
Un poco más arriba está la colaboración con Sen Dog, de Cypress Hill, adentrándose totalmente en el rap gangsta con “Shit Just Got Real”, aunque con el sonido y la producción de la canción el aporte de Dog hubiese sido suficiente para dejarlos en el subgénero, no había necesidad de repetir sin medida que “everybody wanna be a gangster”.
Eso pasa porque las letras no son el fuerte de Die Antwoord, hasta el punto de que, en lo personal, me permito obviarlas cuando los escucho; no intento buscar significados que no tienen y mucho menos me produce una descarga de adrenalina o vergüenza gritar “Fuck you” o decir pene o vagina abiertamente. Pero, ¿cuántos años tienen? es el punto incomprensible del concepto.
La lógica anterior aplica para “Wings on My Penis”, interpretada por un niño de 6 años, algo que musicalmente hubiese podido ser un rap potente desencaja con la vocecita y la letra… aunque, seguramente se trata de eso, esa es la pretensión.
“Rats Rule” es el mejor momento del disco, y la canción que hace que valga totalmente la pena haberlo escuchado completo. Jack Black hace una colaboración estupenda en un tema de terror cómico o absurdo de estética sonora a lo Tim Burton y sus contrastes incluidos.
¿Recomendaría acercarse al universo de Die Antwoord a través de Mount Ninji and da Nice Time Kid? Definitivamente no. Tampoco se lo mencionaría a alguien que más o menos le guste y mucho menos es el álbum indicado para quienes los apreciamos mucho pero en concierto.
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