ESTEBAN CISNEROS
“Mis queridos coños, pijas e indefinidos, esta noche les ofrezco… al mundialmente conocido empresario de cine porno y TV por circuito cerrado, al auténtico, al único, al Gran Degüellazorras”.
Así comienza el capítulo La fiesta anual de A.J., parte central del clásico de la literatura moderna más soez, brutal, gorgojero, excrementicio y alborotador The Naked Lunch, de William Seward Burroughs II (traducido al español como El Almuerzo Desnudo), que es un libro complejo y arbitrario, una letrina llena de cagarrutas, linfa pringosa y secreciones estropeadas e infecciosas; una pared con palabras arañadas entre escaras de légamo, gajos de coleóptero machacado y áureas larvas pútridas; una majestuosa tabarra gregorsamsiana, surrealista y muy drogota, que fue publicada en 1959 por Olympia Press en París y unos años después por Grove Press en Estados Unidos, donde no pasó la censura de la ley de obscenidad en vigor entonces.
El libro (no cabe la seguridad de llamarle novela) es una colección de textos en apariencia inconexos, estructurados –valga la expresión– a partir de la técnica cut-up de no linealidad, que van sobre droga, pornografía, depravaciones, gobiernos totalitarios, narcóticos duros y religión. Es, sin duda, un punto de referencia obligado para la literatura, la música, el cine y el arte del cambio de milenios. Burroughs, como la infección, tuvo un montón de hijos adulterinos. Uno nuevo, aunque de larga gestación, acaba de nacer.
Let Me Hang You (cuyo título hace referencia a la libertina fiesta de A.J.) es este bastardo, un disco exquisito con un montón de historia. En principio, es una serie de grabaciones que hizo William S. Burroughs, criminal y literato, en años anteriores a su muerte en 1997 por un ataque al corazón; se trata de lecturas de sus pasajes favoritos de El Almuerzo Desnudo, presumiblemente los más toscos y procaces.
Las sesiones fueron producidas por Hal Willner y aunque fueron lanzadas como un audiolibro condensado por Warner Bros., el tiraje fue limitadísimo y pronto el proyecto fue olvidado y arrinconado. Esas grabaciones contenían un acompañamiento musical de Bill Frisell y Wayne Horvitz de Naked City, el grupo de John Zorn.
Está claro que la historia no quedó ahí. En una época de redescubrimientos, resucitaciones y puestas-al-día, estas cintas que languidecían desdeñadas “como un trozo de ectoplasma rancio en el piso de una cabina de peepshow” (según reza el texto promocional del disco) fueron desempolvadas por Wilner. A escena entra King Khan, ese indocanadiense deschavetado responsable de algunos de los discos y conciertos más agrestes del nuevo siglo, a quien se encomendó volver a musicalizar las lecturas de Burroughs. Aceptó la tarea con media sonrisa maligna y urdió un plan.
Reclutó a M Lamar, el provocador líder del movimiento Negrogothic que agrupa en uno solo la ópera, los spirituals, el blues, el metal, el sadomasoquismo, el horror y el punk (y, nota obligada, gemelo de Laverne Cox de Orange is the New Black) para auxiliarle en la tarea. Y, por si fuese poco, agregó al mortero otra sustancia corrosiva: The Frowning Clouds, el grupo joven de garaje más prometedor de Australia, cuya imaginería surrealista de neopaganismo y drogas alucinógenas y su sonido nuggetesco terminaban de abombar la palpitante cabeza de mugwump en que acabó por convertirse el proyecto, lanzado por Khannibalism, el flamante sello de King Khan.
El resultado habría complacido a Burroughs, como ha hecho con hordas de sus seguidores que agotaron ya dos tirajes de 500 copias del disco en vinilo (el plan original incluía una, pero la alta demanda obligó a que se prensara la segunda). No hay que culparles: las grabaciones suenan formidables. La música crea una atmósfera a la que el adjetivo burroughsiano le queda bien y el escritor nos regala horror, doblez y mala leche en cada sílaba. Para ser un disco de spoken word (esos que generalmente son calificados, de modo certero, entre lo interesante y lo abisal) es guasón e insinuante, muy punk. Es un gran complemento a El Almuerzo Desnudo, libro, y por tanto al universo de Burroughs, explorado y expandido por catervas de mentes bulliciosas; es, también, un disco que, puesto a buen volumen, tiene (aún) la capacidad de escandalizar aunque, claro, tiene que ser a un público angloparlante. Es, citando de nuevo al texto promocional, un gran acercamiento a “la biblia del freakdom recitada por el papa del underground.”
Como objeto, el disco es una pasada: el vinilo está coloreado simulando una explosión de bilis, semen y sangre; la cubierta (diseñada por Michael Eaton y el mismo Khan) es un dibujo perfecto que muestra a Burroughs con sombrero y gabardina –y aquí siempre se vale recordar a Peter “Rocobop” Weller jugando a ser William Lee bajo las órdenes de Cronenberg– y alas de ángel/demonio, saludando beatíficamente con la mano derecha y cargando una colosal jeringa en la izquierda; al fondo, verde y rojo, droga y sangre, y como escenografía Tánger o la Interzona. A los pies de Burroughs, quien se sostiene sobre una pila de cadáveres, un gato se acuna como si acabase de devorar un canario; los escoltan dos felinos antropomórficos atados como esclavos. La edición en CD es también impoluta en su ejecución y sonido. Esto es The Naked Lunch.
Y, como los clásicos, admite un sinnúmero de relecturas. Let Me Hang You es una más y vaya que funciona.
C/S.