ÁNGEL ARMENTA LÓPEZ
El sexo también se escucha: Entre el jazz y el reggaeton
El jazz y el reggaeton son dos géneros que comparten numerosos vasos comunicantes. A pesar de tener una línea de tiempo considerable y raíces diferentes, el jazz fue acusado de lo que hoy justamente se acusa al reggaeton. La comparación puede parecer osada; sin embargo, me limitaré a hablar de su recibimiento social y no de la composición musical de ambas.
Los inicios del jazz en Estados Unidos fueron blanco de un sinfín de ataques de muchas trincheras e instituciones, incluso religiosas. Los llamados ghettos albergaron a un puñado de músicos excluidos por la sociedad, las escuelas de música y las buenas conductas. Nueva Orleans, Chicago y Nueva York fueron algunas de las ciudades que acogieron a grandes músicos en los años veinte.
Ya para 1950, personajes como Miles Davis, John Coltrane y Charlie Parker lograron posicionar al jazz en mejores términos. Sin embargo, sus múltiples actos relacionados con drogas, mayormente heroína, produjeron un disgusto social que implicó una campaña de odio tanto a sus intérpretes como a sus seguidores.
Censura, discriminación y exclusión fueron sólo algunos actos en contra de las grandes comunidades (en su mayoría negras), que no sólo eran seguidoras de una expresión sonora determinada, sino de lo que significaba el jazz como una identidad forjada a partir de la música y que buscaba aires de libertad, la lucha de los derechos civiles y el constante hostigamiento de la policía o de comunidades blancas extremistas. Por eso el jazz llegó a ser la bandera de toda una comunidad. En palabras de Simon Frith: “Me interesé aquí por la historia musical resultante de una respuesta de un grupo con sistema de valores compartido a un repertorio musical que enuncia esos valores”.
En México la cosa no fue muy distinta. Para las décadas de los años veinte y treinta, el jazz entró a México por los salones de baile, los cines y la radio. Naturalmente se le consideraba vulgar y bajo en sus expresiones, pues su carga de connotaciones sexuales y promiscuas alertaba a la liga de la decencia. “En su momento, al jazz “se le consideraba bajo y lleno de implicaciones eróticas, vulgar y agresivo, barato y poco estético, [aunque era] nuevo, liberador y sin inhibiciones”.
Para 1921, año en el que la “era del jazz” en México comenzó a tener fuerza, el nacimiento de la SEP y la dirección de José Vasconcelos trajo consigo toda una oleada nacionalista donde se buscaba la identidad propia por medio de la exaltación de la pintura, la danza y la música. El repudio hacia el jazz no se hizo esperar por parte del gabinete de Vasconcelos, que no tardó en menospreciar al jazz bajo el argumento de ser una música de moda y representante del imperio estadounidense.
Sin embargo, las primeras censuras llegaron del lado de la danza, cuando en 1926 se prohibió la expresión artística del charlestón en escuelas de preparatoria, luego de que un grupo de estudiantes se quejara de forma pública argumentando el baile como un “fandango impúdico”, tal como lo apuntó Ilihusty Monroy en una ponencia dictada en el seminario permanente de historia y música en México en el 2012, UACM.
Es claro que los principales argumentos en contra del jazz, así como los bailes; fue la “indecencia” que estos exaltaban. Pero de alguna forma el cine abrió la puerta más significativa al jazz en cuanto a la musicalización de cintas. Poco después, cerca de 1923, el baile conocido como fox-trot (algo muy parecido a lo que hoy conocemos como danzón) comenzó haciendo brecha con una convocatoria de concurso en el salón rojo, publicado en el diario El Demócrata, generando una aceptación de la sociedad mexicana, e incluso ganando fuerza en los salones de baile.
Aunque no son comparables los géneros del jazz y el reggaeton, pues musicalmente hablando tendríamos que juzgarlos con otros criterios, como hemos podido revisar, casi 90 años después, los adjetivos y acusaciones con los que se censuró al jazz, son los mismos que hoy en día escuchamos en contra el reggaeton.
La mayoría de las acusaciones contra el reggaeton provienen de que es un género sin genio musical y muy básico, además de que provoca un baile explícito donde hombre y mujer simulan un acto sexual, mejor conocido como perreo (o twerking). Por otro lado, una de las acusaciones más fuertes, es la del alto grado de misoginia de sus letras, pues se piensa que “todo” el reggaeton cosifica y sobaja a la mujer a un objeto sexual.
Igualmente, se ha creado un imaginario en torno a los reggetoneros, pues se les asocia con embarazos prematuros, delincuencia, educación trunca y drogas, todo ligado a una clase económica baja. Es verdad que el reggaeton ha creado sus comunidades a través de estilos, significados, valores y modelos de comportamiento como son el baile o las señales con las manos, lo mismo que puede ser estudiado en términos de antropología contemporánea como etnias, pues vale la pena comprender los elementos y contextos sociales e históricos en los que nace y se desarrolla.
En el caso del reggaeton, la censura no viene de una institución específica, ni de los medios de comunicación, si no más bien de un sector de la población que ha usado el rechazo al género con miras de distinción y prestigio. Es decir, para tener aceptación y reconocimiento a través de tus gustos musicales, tal como lo señala Simon Frith en su libro, Los rituales de la interpretación, podemos deducir con qué tipo de persona tratamos si conocemos sus gustos musicales, literarios o de cine. La distinción en la música no sólo depende de lo que escuches, sino de lo que no escuches.
No basta conocer y escuchar a John Cage; es igual de importante no tener un disco de Daddy Yankee… e incluso despreciarlo. Algunos músicos en la ciudad de México han propuesto reunir firmas para prohibir el reggaeton, argumentando un retroceso en la cultura musical. Sin embargo, no se piensa en todo lo que conllevaría esto, ya que no sólo se trata de la música, letras y significados, sino de invisibilizar al otro, de censurarlo, de prohibirlo con el argumento de que si no actúas bajo mis criterios de “buena” música, de música “autentica” o de música “culta”, no tienes mayor derecho de expresarte, de desarrollar tu identidad y tus códigos. “Las identidades se construyen a través de las diferencias, no al margen de ellas”, apunta Stuart Hall.
Los discursos legítimos y auténticos, de estas comunidades musicalmente imaginadas son los que crean estas dinámicas de exclusión y racismo. Se debe entender la música como interpretación de la sociedad, no como reflejo. Si buscamos las diferencias estéticas y de gusto entre el jazz y el reggaeton sólo alimentaremos los discursos legítimos, estimulando prejuicios, discriminación, violencia y demás problemas que surgen a partir de la visión del “otro”.
Comprender al reggaeton como música popular, es entonces, teorizar no sólo de los elementos estéticos propios de su contexto, sino entender los valores y signos que hacen posible su expresión sonora, el diálogo de los códigos dentro de la comunidad. Entender que las prácticas musicales trascienden la cotidianidad porque constituyen una experiencia con nosotros mismos, una experiencia y elemento de auto-reconocimiento; nuestro sitio en el mundo, y entonces valorar los sonidos que más allá de que se reconozca con valores estéticos o promulgar la riqueza de un género musical frente a los demás, asumiendo que nuestro gusto está por encima del otro.
Mañana: Entre el ser y el deber ser.