CARLOS CELIS
Como muchos de ustedes sabrán si acostumbran leer estas Crónicas, mi entrada a todo lo referente a la música fue a través de la música electrónica, primero como DJ y después como raver. Hasta que llegué al periodismo musical, en gran medida por mi conocimiento de esa escena.
Cuando por fin entré a una revista mainstream y oyeron que sabía de techno, me mandaron a entrevistar a Moenia y a Robert Miles… Y yo escuchando el Analogue Bubblebath de Aphex Twin para esto.
Cuando empecé a escribir de discos electrónicos y a reportar de las fiestas rave, yo ya lo hacía desde las tornamesas. En ese tiempo eran contadísimos los periodistas que escribían sobre estos temas, todavía menos los jóvenes; de ellos ninguno era DJ porque eran tiempos de rock, y prácticamente nadie trabajó simultáneamente en medios de comunicación mainstream. Pero un chico de 20 años no tenía las cosas tan claras, ni podía ver el privilegio de todo eso. Hay que ponerlo en contexto y recordar que la música bailable aún tenía el estigma del “punchis punchis”.
Así que para poder escribir de lo que me gustaba, tenía que hablar de muchas otras cosas que pedían mis editores y que no siempre eran de mi agrado. Eso también fue un privilegio, como llegué a entenderlo después. Y es que en lugar de encasillarme, les gustó cómo escribía y pronto me pasaron del techno al rock, y del rock al pop, y de la música a la televisión, y de la televisión al cine, y del cine a los famosos y los viajes, y de ahí al respeto y a las envidias… y todo lo que vino después.
Yo ya había escrito para varias revistas antes de llegar a aquella revista de rock. Pero cuando llegué ahí, el editor me explicó que ya tenían otra persona que escribía de sonidos alternativos. Esa persona resultó ser “el chico de los discos”, como mis amigos DJ se referían a un vendedor de Mixup que sabía mucho de música. Me pareció fantástico, (porque) él me caía muy bien y nunca pensé que llegaría a haber rivalidad. Hoy, él es pilar de Ibero 90.9 y ni siquiera sospeché que me tuviera en tan poca estima.
Yo aprendí que la chamba es chamba y que hay que decir que sí cuando la hay. “El chico de los discos” solo quería escribir de lo que a él le gustaba y el editor le tuvo esa consideración. Eso significaba que alguien más tendría que escribir de la otra música, salir a reportear, hacer entrevistas, cubrir eventos, asistir a conciertos… y esa persona fui yo. Entre ese cúmulo de trabajo –que sí disfruté bastante– aún tenía tiempo para escribir de la música que a mí me gustaba. Sin embargo hubo veces que, al abrir la revista, podías encontrar hasta tres publicaciones mías con temas muy disparejos, y eso no me gustaba tanto.
Tal vez en un principio sí tenía la intención de especializarme en mis temas favoritos. Me tardé en apreciar las muchas ventajas de ser un periodista versátil, pero había una razón para ello. Por aquellos días yo había logrado cierto reconocimiento por escribir un extenso reportaje sobre la historia de la música electrónica, para una revista cultural de renombre y popularidad que hoy ya no existe. Era una medallita que llevaba colgada con mucho orgullo y que tuve que guardar para aceptar condiciones de trabajo.
Aquel reportaje también me ganó rivales y poco sabía que esa rivalidad iba a durar hasta hoy, con personas que han ganado notoriedad e influencia. Ustedes que leen estas Crónicas han dejado comentarios sobre cómo la vida puede ser una rueda de la fortuna. Y les he dado la razón porque efectivamente, a veces estás arriba pero otras te toca estar “abajo”. Yo creo que lo importante cuando no estás en la cima es que tengas la tranquilidad de saber que siempre has hecho bien tu trabajo y que nunca le has metido el pie a nadie. Esa tranquilidad es muy importante. Procuren tenerla.
La historia del reportaje que me estigmatizó va así. Les decía que yo era DJ de raves. No era famoso, casi siempre me tocaba el warm-up, pero ya aparecía en los flyers cada fin de semana. Esto porque conocía a dos de los DJ más populares: Chrysler y Martín Parra. Yo solo era un raver, pero empecé a distinguirme como el club kid de los vestuarios locos. La gente me identificaba y aparecí en algunos periódicos, eso fue lo que llamó la atención de los DJ. Teníamos amigos en común, hicimos click y pronto amistad. Martín me incluía en sus fiestas, para aparecer como DJ o con mis vestuarios. Nos volvimos inseparables y hubo un momento en que lo acompañaba a donde fuera.
Un amigo mutuo llamó para decirme que un locutor de Radioactivo estaba buscando alguien para un testimonio sobre el uso del éxtasis (tachas) en un reportaje sobre los raves y las drogas. Yo ni siquiera escuchaba Radioactivo, así que no sabía que eso era considerado “importante”. Acepté por el puro gusto de compartir una experiencia con jóvenes. Me citaron en las oficinas de aquella revista cultural porque iban a hacer una versión para radio y otra impresa. El locutor hacía preguntas muy morbosas y mal intencionadas, pero las respondí lo mejor que pude. Años después supe que él llegó a ser gerente de la estación y que hasta hoy vive del nombre que hizo por aquellos años.
Pero en esa entrevista también conocí al editor de la publicación y me dio un aventón a mi casa porque ya era tarde. En el camino me preguntó mis impresiones sobre lo que estaban haciendo y le dije que estaba interesante pero que había cosas más importantes que decir de la escena electrónica que las drogas. Le dije algo real, que nadie había escrito a profundidad sobre la música y que no podían hacerlo porque no había información disponible (ni libros publicados, ni el internet existía), pero que los DJ y personas como yo teníamos suficiente conocimiento para hacerlo. Le gustó la propuesta y me dijo que la escribiera, pero que lo hiciera pronto. Así lo hice.
En espera de esa publicación, Martín me pidió que lo acompañara como tantas veces a una reunión. En este caso fue en el departamento de un DJ que más tarde también sería gerente de Radioactivo, pero que entonces era miembro de un colectivo que ganó fama por tocar ritmos abstractos en chill-out rooms y que estaban echando a andar unas noches en el Pervert Lounge, lugar que se convirtió en referencia nocturna.
Tengo que decir que no era la primera vez que la gente se desvivía en atenciones para Martín y a mí me ignoraban sistemáticamente. Siendo su amigo, tuve que acostumbrarme a esas actitudes. Como nunca he sido bueno para “farolear”, no sacaba mis propias credenciales ni me gustaba platicar de mí. Por esa razón nadie sabía que yo era periodista. Hasta que claro, empecé a salir en la tele.
Recuerdo que esa noche estaban presentes varios personajes de mi generación, niños de familia que hasta hoy siguen atascándose la rebanada de pastel que conocemos como México. Pero por aquellos días casi todos estaban en drogas y sin tener muy claro lo que querían del futuro. Habían organizado esa reunión para ayudar a “Danilo” (vamos a llamarlo así) con una lluvia de ideas. Resultaba que “Danilo” ya escribía para la misma revista cultural y estaba armando una lista humorística que se llamaría “Las 90 cosas de los 90”. Parte del chiste aquella noche era decir todas las tonterías que se les pudieran ocurrir. Con los años “Danilo” sería importante para una disquera, pero igual que su hermano “el mexicano”, dejaría la promoción de bandas para formar la propia.
Esa noche, alguien dijo que los coolers eran de los 90 y fue cuando me metí en la conversación para decir que eran de los 80. Hubo un silencio del tipo “¿y tú quién eres?” y esta persona que por aquellos días rapeaba (vamos a llamarlo “MC Yuckie”) insistía en que no. Expliqué que yo vivía en Cancún en los años 80 y que mis amigos y yo tomábamos coolers. Aproveché para decirle a “Danilo” que mejor pusiera la Cuba en lata, porque tenía pocos días que había visto ese horrible invento. “MC Yuckie” hizo un berrinche. Si lo llegan a encontrar en twitter, verán que sigue siendo su especialidad.
Ingenuo como siempre, me sentí identificado con ese grupo y pensé en compartirles que yo también publicaría en la misma revista y que acababa de entregar un reportaje sobre la historia de la música electrónica… pero algo muy dentro me dijo que mejor no lo hiciera. Y decidí hacerle caso a mi voz interior.
Primero se publicó el reportaje de las drogas y fue tan amarillista como lo esperaba. También se publicaron “Las 90 cosas de los 90” y ahí estaba mi Cuba en lata y otras cosas que sugerí. Cuando finalmente se publicó mi reportaje, se desató el infierno sobre la Tierra y todos querían saber quién lo escribió. Mejor dicho, todos querían saber por qué no lo escribieron ellos. Por este tipo de historias siempre me dan ganas de pedir perdón por mi generación. Se supone que íbamos a cambiar el mundo.
Fue una gran sorpresa para los que se enteraron, saber que el autor de aquel reportaje era ese chico al que quisieron ignorar toda la noche. Y que no, yo no era nada más “el amigo de un amigo” que fue de colado a su fiesta. Dicen que el que pega primero, pega dos veces. Ya ven por qué me gusta tanto recurrir a la sabiduría popular. Y es que sí, la vida te da sorpresas. Pero hay algunas sorpresas que no te perdonan jamás.
–
[…] Como les conté la semana pasada, para mis amigos y yo ir a una fiesta era una gran producción. Esa vez pasé la tarde en casa de Tobi planeando nuestro vestuario. Amigos llegaban y se iban y nosotros seguíamos decidiendo. Los que se quedaban se contagiaban con nuestro entusiasmo porque nos lo tomábamos muy en serio. Al final decidí que usaría algo inspirado en Kraftwerk, con el pelo engomado y un cierto look de uniforme, con una corbata que había mandado a adelgazar para que se viera como de los ochenta, porque no la encontrabas en tiendas y “nadie estaba usando algo así”. […]