LUIS RESÉNDIZ • Una banda sonora de la que rescatamos sólo la mitad.
No es fácil continuar escuchando un disco que inició con “When Can I See You Again?”, de Owl City; es tanta su sacarina, tanto su buen humor y tan poquito su afán de raspar, que es sencillo pensar: “¿qué carajo es esto?” y ponerle stop. Pero toleremos este mal arranque y, disciplinadamente, sigamos escuchando: Buckner & Garciatambién está de buen humor, pero bastante mejor: una voz no-tan-amable; un solo de guitarra efectivísimo y un sintetizador encaminan de nuevo a este soundtrack que tan mal comienzo tuvo.
Viejo truco: usar un clásico en el soundtrack para enganchar de inmediato al escucha. Afortunadamente, aquí sí se agradece: no es otro que el memorabilísimo tema de Kool & the Gang, “Celebration”.
Después de este lugar común que sí funciona, sigue una rareza que sorprende y agrada: AKB48, una banda japonesa de chicas increíble –hay que ser muy bruto para no amar esos uniformes de colegialas— que le da el aire de videojuego al disco – estoy seguro que no soy el único que relaciona los cantos japoneses con el mundo gamer.Pop bubblegum interpretado por muchachas en falda de cuadros: ¿qué más se necesita para ser feliz?
Nunca pensé agradecer un tema de Skrillex en algún contexto pero, caray, el remix de Noisia a Bug Hunt me parece uno de los puntos altos de este álbum: ha de ser que Noisia mejora el tema de Skrillex y lo vuelve escuchable. Sea una cosa o la otra, lo cierto es que para este momento el disco ya está volando a una altura considerable, lejísimos de donde comenzó.
Wreck-It Ralph es en este momento una fiesta, y Rihanna continúa con el espíritu festivo con “Shut Up and Drive”. El asunto con el soundtrack es que, a partir de este momento, todas las composiciones serán de Henry Jackman, y son más bien temas de score. No que esto sea necesariamente negativo, pero lo cierto es que por momentos resulta cansado escuchar una tras otra composición orquestal; aunque en algunos temas existe cierta exploración de sonidos como de videojuegos –teclados cercanos a los 8 bits, por ejemplo– todo eso suena muy distante a la música de bandas como Plone o Anamanaguchi, auténticos conocedores del difícil arte de crear scores para videojuegos inexistentes.
Así, el OST de Wreck-It Ralph cae en un inevitable aburrimiento con pequeños destellos –“One Minute to Win It”, por ejemplo, es un punto alto pero no particularmente emocionante: acaso le faltó un acomodo más democrático de sus canciones; quizá fueron demasiados los temas orquestales.
Ideal para poner la primera mitad del disco en el reproductor; de la segunda no nos hacemos responsables.
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