ESTEBAN CISNEROS
I
Luis Alfredo es un hombre de campo, un trabajador ejemplar, un joven muy sabio que entiende al mundo y lo sabe. Por suerte, puedo platicar brevemente con él en las mañanas laborales. Y algunos lunes también, por las tardes. Hace apenas un par de fechas, mirando el cielo plomizo que domina la ciudad entera en esta época del año, se me ocurrió preguntar del modo más inocentón y retórico, en tono de hipérbole, para hacer conversación:
–¿Hace cuántos días que no vemos el sol, Luis?
–Quince. Quince días enteros. Y lo que falta.
Ni Luis Alfredo ni yo estamos en lo correcto y cualquiera podría corregirnos. Exageramos. O, como diría Ariel Muniz, hacemos literatura. Quiero decir que no es cierto que no hayamos visto el sol en quince días; pero, eso sí, es cierto que han sido quince días enteros, como dice Luis Alfredo, en los que ha llovido mucho, muchísimo, y en los que los intervalos con cielo azul o ligeramente soleados han sido breves como vacación. No es que me moleste: es un hecho y ya.
Pero después de ese intercambio juanrulfesco con Luis Alfredo, comencé a sentirme murrio y alicaído. No soy un gran fanático del Astro Rey (nunca he comprado sus discos, aunque el sunshine pop sí que me gusta) pero por un momento raro, lo eché de menos. Y echar de menos se siente del carajo.
Y es que han sido días de apagones, charcos ligeramente más grandes que el Mar Caspio, paraguas inútiles, goteras, zapatos sucios… y yo suelo defender la lluvia y sus bondades, pero comer el mismo plato todos los días cansa hasta al más obseso. Lo bueno es que existe la música.
Ahí voy, a hablar de lo mismo. Pero es que quién quiere pensar en otra cosa. Después de los primeros pa-pa-pa-ras de “Nothing Left To Talk About” de Sarah Cracknell se me quitó ese abatimiento mortífero y fue reemplazado por una plácida y muy intensa melancolía. Una casi eufórica, si me permiten. Y aquí es a donde quería llegar. Algunas ideas: a) soy muy fan de la Cracknell y de Saint Etienne; b) es una gran canción pop (e incluye un cameo de Nicky Wire); c) es como si el verano se hubiese encapsulado en tres minutos de música –¿quién te necesita ahora, eh, pinche Astro Rey?
II
Sí, Sarah Cracknell tiene disco nuevo. Es, apenas, su segundo LP solista (tras el Lipslide de 1997). Lo edita Cherry Red Records. Como seguidor devoto de Saint Etienne, debo celebrarlo. El álbum se llama Red Kite y una de mis voces favoritas en el universo se confirma como una de mis voces favoritas en el universo. Está claro que el disco iba a gustarme. Pero nunca creí que iba a gustarme tanto.
Debo admitir que a la primera vuelta, la predisposición hizo de las suyas. Quería sorprenderme, quería sol, quería sentir la jodida cosquilla del amor a primera oída. Fingí enamorarme con el brío del Pepe Le Pew más lúbrico. Pero la languidez volvió con los primeros relámpagos de la tarde. Me sentí tan abajo que estuve a punto de abrir un libro de poesía. ¿En qué estuve a punto de convertirme, carajo?
Por suerte, aquel día no hubo apagón. Puse el disco una segunda vez (desatendiendo cualquier obligación adulta, ugh, qué más daba) y entonces sí sucedió: el estupor, la conmoción, el Asombro tan buscado. La voz de Cracknell, que conozco muy bien, suena increíble y aunque no se aleja de lo hecho con su grupo, demuestra que puede cantar cualquier jodida cosa en el mundo y hacerla sonar fascinante (podría cantar una sentencia de muerte y hacerla plácida).
Las canciones están llenas de detalles brillantes. Qué digo: las canciones están muy bien. Hay hits inmensos, baladas intimistas, temas para bailar beodo (de morapio y de contento), psicodelia (amé esas guitarras en “I Am Not Your Enemy”) y twee insoportablemente atractivo (“Hearts Are For Breaking”); es, ya lo dijeron por ahí, un poco barroco y un poco folky y pegadizo y la producción de Carwyn Ellis es impecable y… carajo, de nuevo tormenta.
Tal vez estaba demasiado optimista. Las cosas suelen empeorar. Quince días y contando, Luis Alfredo. Quince días y… ¿no estaré exagerando en mi apreciación de Red Kite? ¿No soy demasiado parcial? ¿Y qué si lo soy? Ay, de nuevo relámpagos. Que no se vaya la luz, que no se vaya la luz, que no se vaya… Y ahora, granizo. ¡Mira! Es como si el jardín se hubiese convertido en el driving range de Rory McIlroy: parece que alguien tiró miles de pelotas de golf. Pero es hielo. Démosle una tercera vuelta al disco.
Y ahí voy, otra vez, otra vez, otra vez. No sé si exagero, pero hay un hecho: le he dado ya varias vueltas al disco. Y no voy a detenerme. Encontré mi verano particular. No hay tormentas, pero tampoco un sol inconmovible y tirano. Es justo lo que necesitaba. Sarah Cracknell, qué bueno que existes. Red Kite, eres mi disco del verano (del verano lluvioso leonés, se entiende).
–¿Hace cuántos días que no vemos el sol, Esteban?
–¿Quince? ¿Veinte? Qué más da, Luis. Los que falten.
Los que falten.
C/S.