DANNA CAMPOS • Su esencia sigue vigente, más allá del ruido de las banalidades.
Todos conocen la mecánica tradicional de las reseñas de conciertos y festivales musicales. ¿Pero cuál es realmente el objetivo de describir esas experiencias, si lo que actualmente se destaca son las mismas fotos de los headliners una y otra vez y una pobre descripción de lo que ahí sucede?
Esa tendencia en los medios supuestamente dedicados al periodismo musical, me hace pensar en lo triste que es darle al lector una mediocre probada de la parte superflua de ellos: fotografías de bandas de culto o de moda que tocan todo el año en diferentes lugares; niñas bonitas con coronas de flores y todo tipo de excesos que forman parte de un folklore ya muy conocido.
Pero existe una fina línea entre ser parte de la escenografía y convertirse en protagonista de ella, al grado de dejar la experiencia de la música de lado. Y un festival es mucho más que eso.
Durante los cuatro días que duró el festival Primavera Sound (Barcelona) pude darme cuenta de lo aspiracionales y manieristas que pueden ser los festivales de la cultura americana. Y es que pesar de que el Primavera Sound es más joven que muchos festivales, esta gran celebración demostró que la verdadera esencia de un festival puede seguir vigente, a pesar de todo el ruido de las tendencias y las banalidades.
Sí, estuvieron leyendas como Blur, My Bloody Valentine y más de cincuenta bandas y músicos, pero también se dieron cita más de 170 mil almas de todo el mundo que llegaron puntuales a repartir su tiempo entre ocho escenarios, desde que caía la tarde hasta que amanecía al día siguiente.
Estuvieron ahí cientos de miles de desconocidos que sienten lo mismo que tú al escuchar los primeros riffs de alguna canción; gente que aprovechaba el inter entre una banda y otra para leer su libro favorito; gente que hacía nuevos amigos en el metro a las 6:00 de la mañana, cuando acababa cada día el festival.
Gente que podía bailar bajo la niebla de la madrugada frente al mar, a pesar del frío y el cansancio. Y lo más importante: Gente dispuesta a descubrir nueva música, sin jactarse de ser conocedora. Esa multinacionalidad que rompe estereotipos y que pone a todos en sintonía a pesar de sus diferencias, es lo que vale la pena del ambiente de un festival; ese ambiente tantas veces reseñado, pero pocas contado.
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