1.
Los corazones sí se rompen. Y duele. Cómo duele, carajo.
Invierno de hace muchos años, inicios de siglo, un año después del año de la odisea kubrickiana. Estoy lejos de casa. Muy lejos. Y con el corazón roto. No se lea así: no estoy con el núcleo hecho pedazos por añoranza, sino por un rompimiento. Un desamor, vamos. ¿Quién no ha estado ahí?
Yo, sin embargo, aprovecho la oportunidad de estar en una ciudad diferente, lejos de la comodidad del lar paterno; soy muy joven y nada –pienso, me convenzo– va a detenerme. Ni nadie. Me río.
Exploro. Toco la guitarra en todos lados, hago nuevos amigos, lo paso como si nada. Y un día, carajo, pongo play al discman y suena “Letter to Hermione”, la canción que más quiero de David Bowie. Y me hago pedazos. Ese soy yo, me digo. Qué problema. Qué belleza. Cuántos sollozos. La armadura se quiebra, quedo al descubierto, y detesto esa sensación. Detesto esa situación. ¿En verdad voy a caer por una canción? No, por supuesto que no. Declaro un veto a Bowie, a la música chillona, a la melancolía. Me refugio en teatros y en cines. La vida continúa. Yo soy más fuerte que todo aquello, carajo. Lo que sigue son algunos de los meses más geniales de mi hasta entonces breve existencia.
Invierno de hace muchos años, pero ya menos y ya en mi ciudad. El siglo ya lleva sus buenos años y ahí estoy de nuevo (ahí voy de pendejo) descorazonado y enojado, repasando episodios de meses y meses que han terminado con otro rompimiento. Así soy, pinche vida, tal vez por escuchar tanta música pop (¿o es al revés, Mr. Hornby?) Y ya qué. No aprendo: pongo play al discman y suena “Letter to Hermione”, la canción que más quiero de David Bowie. Y me hago pedazos. Ese soy yo, me digo, y esa eres tú. Esta vez no es tan fácil: doy vueltas y vueltas a la canción sumido en una melancolía extrañísima. Llega a gustarme, a hacerse parte de mí. La melancolía, digo. Y la canción. El sentido en el caos, la vorágine en la noción. No puedo escuchar otra cosa. Doy vuelta a otros discos, pero siempre regreso a “Hermione…” A Hermione, sin la cursiva.
Le digo adiós a mi miss Farthingale particular pasando por un camino que un tal David Jones pasó a finales de los sesenta del siglo pasado. Sólo que él dejó constancia de su corazón roto en una melodía increíble, con unos acordes que se pasan de bonitos y una letra sencillísima y sentidísima. Que se convierte en parte de mí. Que me acompaña, como las grandes canciones. Hoy sigo escuchándola, ya con otras perspectivas y con las heridas –quiero creer– ya cicatrizadas, pero sigue emocionándome de una manera extraña. De esto, creo, se trata el pop. Táchenme de sentimental: así es y punto. Lo siento.
Y lo siento.
Ese tipo no cayó del espacio. No era un starman. Carajo, que no. Era un ser humano, tan ser humano que pudo escribir canciones así. Ahí está su grandeza. Era uno de nosotros.
ESTEBAN CISNEROS
2.
En 1999 salió Detroit Rock City, una película que me gusta mucho porque me recuerda mis años de adolescencia y a la que le tengo cierto cariño a pesar de que ahora la vea como un comercial por parte de la banda Kiss. Una de las cosas que más me llamó la atención fue su soundtrack, del cual un amigo me obsequió una copia. Uno de los últimos tracks de esa compilación era “Rebel Rebel”, de David Bowie. Cuando la escuché en la película y ya con más atención supe que era una canción inigualable. En ese momento conocía algunos clásicos de Bowie, pero esta fue la canción responsable de adentrarme en su carrera y de que Diamond Dogs sea uno de mis discos favoritos de David Robert Jones.
“Rebel Rebel” empieza con un poderoso riff de guitarra… joven, fresco, con una composición sencilla y efectiva, coro sumamente pegajoso y una letra con demasiados tintes sexuales. Sin duda, una de las piezas más coreables del “Duque Blanco”.
¿Ubicas esa canción que siempre te pone de buenas? ¿La que escuchas cuando conduces rápido y que utilizas mientras te arreglas y con la que te ves más guapo de lo que realmente eres antes de salir a pasarla bien? “Rebel Rebel” es para mí esa canción.
J. DE LA SERNA
3.
Hace un par de días vi esta foto de Bowie y pensé: “Que bien se ve, que bien ha envejecido”, a esto hay sumarle que las críticas sobre su nuevo disco Blackstar fueron muy favorables. Así que yo tenía un concepto de un Bowie aún fuerte y con ese agudo sentido de vanguardia pop. Hay que tomar en cuenta que era un hombre de 69 años, y que se mantuvo con una dignidad intachable, tanto en lo musical como en lo personal, más allá de algún disco malo o de algún tropiezo, cosa normal en una carrera tan larga. Pero incluso en cuestiones banales como la moda, aún pintaba bien: sonriente, con un traje impecable y un sombrero.
Nadie sabía de su estado. Él, sus familiares y allegados más cercanos lo ocultaron muy bien. Ahora, a unas horas de su muerte, sabemos que este nuevo álbum es autobiográfico, que es un grito sobre la muerte, realizado por un hombre que vivió más allá del bien y del mal, pero que se sabía desahuciado. Con referencias inequívocas sobre su destino ineludible, empezando por el título disco, y por el impecable diseño gráfico del vinilo, que hoy leemos como símbolos de luto. Además habría que sumarle el video del tema “Lazarus” y, claro, la letra, que a partir de hoy adquieren un significado y un valor entrañables.
Gracias por todo Bowie. Nos queda la satisfacción de saber que pudiste despedirte como tú querías: aún vigente, trabajando, creando, filmando videos, y haciendo lo que siempre hiciste: grandiosas canciones de rock.
MAURICIO ESPARZA OTEO
4.
¿Quién no ha contraído alguna vez un virus de esos que le desarman el sistema inmunológico y que lo dejan en calidad de trapo? Así me sentía yo el 23 de octubre de 1997, luego de contraer algo parecido a una Bronquitis –así, con mayúsculas– fenomenal.
Pero qué diablos, mi amiga Vanesa y yo teníamos entradas para el primer recital (y el único) de David Bowie en México. No sé cómo llegué ahí, pero seguramente muy empastillado y con cubrebocas por aquello de la propagación del virus. Una gran canción, otra y otra más. Pero fue hasta que sonó “Seven Years in Tibet” que dije: carajo, valió la pena venir, aún en estas condiciones. Y lloré, como lloré por dentro esta mañana cuando mi chica me despertó con la terrible noticia de su partida.
Quizá no es la mejor canción de Bowie, pero me recuerda a mis días de universitario y a las tardes en las que no tenía nada, más que tiempo de sobra y grandes canciones para escuchar a todo volumen. Hasta siempre, Mister Bowie.
ALEX CASTRO
5.
Bowie estuvo ahí primero. Curiosamente no lo conocí por su música, porque la primera vez que lo vi fue como actor. Apenas tenía 8 años y lo recuerdo claramente. La cinta era Merry Christmas Mr. Lawrence, de Nagisa Oshima, que en México estrenó como Furyo, su título en Europa. No era un entretenimiento apto para niños de mi edad y sin embargo ahí estaba yo en el cine. Quedé cautivado, como muchos, por los ojos de Bowie y, de igual manera, no fui el único que pensó equivocadamente por años que se trataba de heterocromía. Esa cualidad “mágica” de su mirada fue la que me llevó con emoción al estreno de Laberinto, ahora sí una película para niños, pero que también tenía un tono oscuro como todo lo que hizo el “Thin White Duke”. Pasarían algunos años para que me atreviera a verlo en El Ansia, el clásico vampírico de culto.
Soy un niño de los ochenta y fue también en esa época cuando lo descubrí musicalmente con éxitos como “Modern Love” y “Let’s Dance”, del álbum del mismo nombre. Poco después, recuerdo haber brincado mil veces como un tonto al ritmo de su dueto junto a Mick Jagger, “Dancing in the Street”. Incluso fui fan de su etapa con Tin Machine, tal vez por inercia, pero todo lo que él hacía me resultaba enigmático y despertaba mi curiosidad. Nunca me ha dado pena admitirlo: yo me subí al cohete con Bowie en su época más pop. Y es por eso que secretamente he disfrutado a través de los años las incontables revaloraciones de su etapa ochentera y cómo esos éxitos primero denostados, luego han sido glorificados una y otra vez.
Pero les decía que él estuvo ahí primero. Estuvo antes que Madonna y por supuesto estuvo antes que Lady Gaga. Esas dos maravillosas mujeres del espectáculo (guardando la debida distancia, claro está), que le han hablado a generaciones muy distintas con el mismo mensaje de Bowie: “Sé tú mismo. No tengas miedo”. Bowie como un marginado, o Bowie sacando la cara por todos aquellos que alguna vez nos hemos sentido así. A distancia es difícil pensar en Bowie como un rechazado, pero hasta el último día siguió cantándole a ese sentimiento de estar fuera de lugar.
Son tantos los álbumes de Bowie y tantas las canciones. Podría escoger alguna más clásica, pero no tengo que pensarlo dos veces para saber que mi canción es y siempre será “Jump They Say”, del Black Tie White Noise (1993). Sé que muchos hablan de Bowie como un amigo, como una propiedad, o buscan “algo” en su música que los una como comunidad. Pero yo lo prefiero como lo que fue para gente como yo: el “outsider”, el que inventaba sus propias reglas, el que siempre y ante todo defendió su individualidad. Porque en esa cualidad auténtica también venía la soledad, la locura y la paranoia.
Para mí, en los años noventa, como un club kid que pasaba horas confeccionando un vestuario para bailar en un rave; que salía a la calle montado en plataformas, envuelto en plumas y con una lámpara sobre la cabeza, soportando miradas y cuchicheos de gente promedio y los juicios que de uno hacían familia y amigos, “Jump They Say” fue mi salvavidas. Nunca antes había escuchado ese mensaje dicho tan simple y claramente: “My Friend, don´t listen to the crowd. They say ‘Jump’.”
Hoy solo me queda decir: Gracias por tu consejo, My Friend.
CARLOS CELIS
6.
“Conocí” a David Bowie a mediados de los ochenta, a través de Labyrinth, cinta de corte fantástico en la que el cantante interpretaba a Jareth, Rey de los Goblins; además de interpretar cinco canciones, de las cuales era autor de cuatro. No sólo me encantó la película, sino que a mis escasos cinco años también quedé atrapado por el personaje de Bowie, quizá por el miedo que me provocó. Recuerdo que mi papá mencionó que ese actor también era un cantante, aunque su música la descubriría casi una década después.
Fue en 1994 que comencé a adentrarme en la música del andrógino cantante, luego de escuchar el unplugged de Nirvana, donde la banda realizó un exquisito cover de “The Man Who Sold the World”, y que es por mucho una de las mejores interpretaciones de esa sesión. Sabía que no era una canción de Nirvana, aunque mi fanatismo por la banda me ganó, asegurando que los arreglos que hizo Cobain hacían de “The Man Who Sold the World” una canción infinitamente mejor.
Sin embargo, entre más conocí la música del multifacético Bowie más me convencí de lo genial que era como artista. Comencé (obviamente) con el disco The Man Who Sold the World (1970), luego con The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1972), Space Oddity (1969) y después sólo canciones sueltas de uno y otro álbum. Desafortunadamente nunca me volví fan, quizá por inmadurez musical o por mi aferrado gusto a la música plagada de feedback y distorsiones.
SERGIO BENITEZ
7.
Haywood “John” Jones, padre de Bowie, muere a mediados de 1969, después de caer enfermo mientras su hijo se encontraba de gira. Por las mismas fechas, rompe con su mánager, Ken Pitt. Su padre le deja sin estabilidad emocional y económica. Su mánager, sin estabilidad profesional. Rompe también con su gran amor de juventud, Hermione Farthingale, quien no le apoya a dedicarse a la música pop. Todo el mundo del joven David Robert Jones se quiebra. En ese momento Bowie no es Bowie, no tiene nada, no es nada, es un muchacho al borde de un acantilado.
Su decisión, completamente afortunada, es dejarse seducir por el vértigo. La prueba de esa caída, de ese despegue, es “Unwashed and somewhat slightly dazed”. La letra es el balbuceo dylaneano y surrealista de alguien que intenta decir lo indecible: cómo se vive la muerte, “sucio y como ligeramente aturdido”.
La música, un viaje del folk al hard rock, donde en algún punto reina la sicodelia, la improvisación y el toque de lo “en vivo”. Ya lo acompaña a la armónica Benny Marshall, de la banda entonces llamada Rats, que devendrán en Spiders. Ya está todo en su lugar, y la muerte, parece decirnos este track, es sólo ese calor vertiginoso del fuego que catapulta una nave al espacio.
EMILIO REVOLVER
8.
Podría haber elegido canciones muy depresivas y oscuras para el momento, créanme que sé cómo aprovechar una buena canción triste de Bowie. Sin embargo, también tengo muchas otras historias de éxito, de canciones que me recuerdan por qué vale la pena seguir en esta tierra que el Duque acaba de abandonar, y una de esas es “Absolute Begginers”.
No viene en ningún álbum de la discografía regular y la tengo en 7”. La amo porque me dio un momento romántico como pocos, pinchándola en un bar repleto de gente, mientras la chica con la que salía me besaba como si no existieran los demás, porque As long as we’re together, the rest can go to hell.
ARTURO URIZA
[…] El álbum cierra con una versión muy al estilo Kusama, a mi gusto super aprobada, del “Let’s Dance”, grabada para una compilación realizada por el blog argentino Discos Perfectos, en homenaje a la señora Bowie. […]