Su cubierta es fea, pero sus palabras resuenan con gran significado.
ESTEBAN CISNEROS
Recuerdo perfectamente la primera vez que puse The Songs of Leonard Cohen. Yo era un chavea con muchas ganas y poco mundo y, no recuerdo por qué, me llamó la atención ese disco justamente. En una tienda de esas que ahora lucha por sobrevivir y que eran como una Meca para los rapaces impresionables como yo, repleta de portadas brillantes. Y a mí me llamó la atención aquella cubierta opaca, con un tipo en sepia cuya expresión aún no sé descifrar.
Puse el cedé y abrí el folletín con las letras. El impacto fue brutal, aunque no entendí nada. Tiempo después pude visitar (y vivir brevemente en) Montreal, la ciudad de Cohen, para darme cuenta de algo más brutal: fue hasta mi regreso a León que esas canciones tomaron su sentido definitivo. Había ido, visto y vivido; al volver, entendía. Cohen ya había ido y venido varias veces. Entendía. Lo hacía mejor que nadie.
Nunca he sido muy de poesía. Así crecí. Pero si alguna vez me acerqué fue cuando me obsesioné con The Songs of Leonard Cohen. No sé si mi noción es correcta, pero la sensación sí lo era.
A Cohen le olvidé tiempo después. Es más, he escuchado pocos de sus discos completos. Él desapareció también por mucho tiempo, alegre por ser olvidado. Y volvió. Lo hizo por dinero. Lo hizo porque no tenía dónde caerse muerto. Y eso no tiene nada de malo, que así funciona el mundo, ¿por qué no iban a funcionar así la música y la poesía? Regresó digno, trabajó duro, hizo música que volvió a llamarme. Volví a poner atención a sus palabras.
Confieso, por supuesto, que nunca se igualó aquel impacto viejo con “Suzanne” o “That’s No Way To Say Goodbye”, pero me gustaba lo que escuchaba. Lo respetaba.
Leonard Cohen ha vuelto una vez más. Su nuevo disco de llama Popular Problems, que es un gran título, y sale a la venta justo en su cumpleaños 80. Y, sin miedo a equivocarme, diré que es un disco grande. Me recordó, por un momento, a aquella sensación joven de elegir ese disco de portada rara y emocionarme con lo que contaba ese hombre huraño de la portada; la cubierta de su nuevo disco es fea, mucho; pero las palabras resuenan con gran significado para mí. Y, como aquella vez, no logro entender del todo por qué.
Leonard Cohen lo ha visto todo. Todo. Y se escucha en su voz: ya no canta, recita. Pero no es un declamar cansado. Al contrario. Se escucha vital, sabio, tranquilo. Hay mucha distancia entre aquel Cohen con guitarra y este Cohen casi góspel, pero no lo parece.
En Popular Problems se escucha a aquel dandi seductor (y triste) repasando su vida pero no para un libro o para sus nietos, sino para un escenario hostil con luces brillantes y público ávido. Y este octogenario, cuya vida va de lo sórdido a lo monástico, lo domina ya todo. Ya nada puede lastimarle. Ya, ahora sí, está más allá del bien y del mal, como reza el lugar común. Eso hay que ganárselo. Y toma toda una vida.
El disco suena a despedida. Quién sabe si lo sea. Pero es un disco de historias, lento pero no solemne. Está lleno de palabras. Puede que Cohen mienta aquí y allá. Pero hay que estar dispuestos a creérnoslo todo. Es la magia de la música. Una magia a la que no quiero renunciar a creer. Porque qué queda si no existe. Qué queda.
C/S.
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[…] el álbum en directo Live in Dublin, tres meses después de haber dado a conocer su anterior disco, Popular Problems, por el cual recibió un Juno Award (que premia a lo mejor de la industria musical canadiense) en […]