ÁNGEL ARMENTA LÓPEZ
Pensar en la censura resulta fácil si lo hacemos con ejemplos modernos. El video del cantante de música banda Gerardo Ortiz fue bajado del sitio YouTube gracias a la presión ejercida por ciudadanos por medio de firmas en change.org, quienes estaban en contra de la violencia explícita hacia una mujer en ese videoclip.
Tal reacción, consecuencia del contexto por el que atraviesa el país, parece en primera instancia congruente y hasta cierto punto sensato. Miles de personas festejaron el logro, ¿pero en realidad la censura es la puerta y solución a tantas problemáticas complejas por las que atravesamos?
Como mencioné, es fácil pensar en este tipo de censura en nuestros tiempos; sin embargo, la censura data de muchos años atrás. Para no ir tan lejos, situémonos en el Siglo XVIII, durante la época novohispana, cuando esta trajo consigo un conjunto de cambios y revoluciones provenientes de la danza y la música, que ciertamente escandalizaron a las dos autoridades en turno: la iglesia y la corte.
El chuchumbé, al parecer nacido en el puerto de Veracruz, fue blanco de serias acusaciones por parte del fraile Nicolás Montero, quien en una carta expresó sus motivos diciendo: Por varias partes de la ciudad habían sido cantadas coplas, con grave daño que causan […] particularmente entre las mozas doncellas, de un canto que llaman el chuchumbé que se ha extendido por esquinas y calles de esta ciudad, por ser sumamente deshonesto, todas sus palabras y modo de bailar. [AGN, Registro 200590].
Curiosamente, los datos que podemos encontrar sobre esta expresión, quedaron registrados gracias a las acusaciones a las que fue sometido por parte de la inquisición de la nueva España. Según el vocablo africano, cumbe se refiere a ombligo, es decir la danza del ombligo con ombligo, lo cual nos remite a las composiciones del autor barroco Santiago de Murcia del paracumbé, de danza africana.
Cabe señalar que quien dictaba los cánones morales de la Nueva España eran los santos inquisidores, quienes al toparse con una Nueva España híbrida por varios frentes como el indígena, el europeo y el africano, el choque cultural parecía salir de control ante los paradigmas establecidos de la inquisición.
Tal como señala Thor Jorgen Bendixen en su texto Intertextos sobre una danza del barroco novohispano: “Las iglesias acogían a los fieles aborígenes y estos escondían figuras de barro representativas de sus dioses bajo las faldas de las vírgenes cristianas. Entonces la adoración se bifurcaba. Si esto ocurría con la devoción religiosa, ¿por qué no habría de ocurrir híbrido semejante con la música?”
El narcocorrido y la lucha contra la delincuencia
Como se sabe, desde hace algunos años la guerra contra el narcotráfico en México ha teñido de violencia y sangre diferentes estados de la República. La censura del narcocorrido es singular, pues mientras la industria discográfica, las emisoras de radio y los promotores de conciertos viven sus mejores pasajes a través del narcocorrido, la sociedad cada día repudia más la expresión. Foros comunes como las redes sociales se han mostrado frontalmente abiertos con comentarios y propuestas de extinguir de una vez por todas el narcocorrido.
¿Pero qué es un narcocorrido? El corrido tiene su origen cerca del Siglo XIX, proveniente del romanticismo español; por ello se considera una expresión tanto sonora como literaria, la cual refleja aspectos socioculturales e históricos de una región o comunidad concreta. En otras palabras, son narraciones de los hechos ocurridos. De forma oral, se transmiten historias o sucesos, personajes o hazañas que glorifican por medio de la narración.
Sin embargo, muchas de estas hazañas y personajes fueron transmutando poco a poco conforme la situación lo hacía. En la época revolucionaría el corrido enmarcó gran parte del registro histórico de lo sucedido. Este periodo fue sumamente importante, pues fue la transición de lo oral a lo escrito en muchas escuelas, siendo esto un testimonio más de la historia y de las ideologías de la época. Georgina Trigos define al corrido como las “formas de expresión tradicional y popular que integran un sistema de manifestaciones literario-musicales con características propias dentro del que se forman sub-clases con rasgos temporales y/o temporo-espaciales que los diferencian entre sí”.
En el caso del narcocorrido la zona geográfica se desplaza (principalmente) al norte del país. El narcocorrido entra dentro de la denominación como narco-cultura. Desde formas de vestir, marcas de alcohol para beber, tipos de autos, joyas y por supuesto la música, revisten toda una identidad de lo que es ser un narco, o bien de aspirar a serlo.
El narcotráfico ha creado su propia industria más allá de las drogas. En esta ocasión nos centraremos en la música. Dando luz a la hibridación de un nuevo genero derivado del corrido y el narcotráfico. El narcocorrido narra historias y pasajes o describe a personajes de diferentes formas, pero no sólo enaltece a sujetos, sino que también se narra historias de traidores, héroes y antihéroes.
La guerra contra el narco, declarada por el presiente Felipe Calderón Hinojosa en 2006, trajo un periodo de violencia y muertes que alertaban en todo el país. Estados como Durango, Baja California, Chihuahua, Tamaulipas que son estados fronterizos y otros no fronterizos como Michoacán, Jalisco y Sinaloa, fueron de los más afectados por los constantes enfrentamientos entre carteles que se disputaban plazas y zonas, y entre militares y carteles. El país inundado en violencia, se torna en un foco rojo que los medios de comunicación explotan en sus portadas y noticieros estelares.
La música, al ser un reflejo de la sociedad, comienza a reproducir estas narraciones de los sucesos violentos, de los personajes y sicarios que van ganando fama. En el documental Narcocultura, el israelí Shaul Schwarz analiza varias aristas del narco en las fronteras, mostrando cómo la música acompaña videos en situaciones violentas donde se exhibe a sicarios ejecutando a personas de carteles enemigos en el famoso blog del narco.
En el mismo documental, se ve una entrevista con un compositor, quien trabaja bajo encargo, es decir: un narco lo contacta, le pide hacer un narcocorrido de su persona, el compositor toma datos particulares como tipo de función dentro de la organización, si es sicario, secuestrador o extorsionador, qué tipo de arma y calibre usa, etcétera.
Con estos datos, el cantautor puede llevar a cabo su trabajo de composición, para después presentarlo al cliente, y una vez con el visto bueno, se canta en las presentaciones en vivo, ya sea en México o en Estados Unidos, dotando de fama al sicario, extorsionador o secuestrador. Evidentemente, las noticias sobre ejecutados, colgados o decapitados, generalmente con una cartulina señalando algún ajuste de cuentas alarma a todo el país, que se ve envuelto en el miedo. Y es entonces cuando medios de comunicación, líderes de opinión y músicos proponen censurar el narcocorrido.
La censura del narcocorrido proviene de dos ejes: el que apela por las letras violentas y la exaltación de los sicarios, y el que señala la pobreza musical que muestra este género. Si es verdad que la primera puede sostener argumentos válidos para repensar sobre el contenido de las letras, el segundo argumento es totalmente cuestionable desde muchos puntos de vista. Censurar por la “pobreza” musical de un género conlleva una idea muy marcada de elitismo, clasismo y esnobismo cultural y social.
Los sujetos que desclasifican los géneros musicales, así como a las personas que gustan de ellos, tienen una relación de poder a través del gusto, las necesidades y la distinción. En palabras de Pierre Bourdieu: “no existe relación jerárquica que no deba una parte de legitimidad que los propios dominados le reconocen a su participación, confusamente percibida, en la oposición entre la “instrucción” y la ignorancia”.
Estos tres ismos provienen de un establecimiento de legitimación estética que perpetua una superioridad por encima del resto, lo cual provee de distinción. En palabras de William Ortiz: “Un factor es la educación musical. La tendencia a deificar a los compositores y a la música del pasado es un fenómeno cultural que hemos heredado de Europa. En efecto, no sólo encontramos al esnobismo como una elite cuya obsesión es la de ser superior a los demás, sino de un colonialismo musical, el cual guarda un culto por lo europeo y clásico”.
Pero el punto donde las letras involucran violencia y exaltación de los narcos, es un punto que se debe tomar con más mesura y cuidado, pues está claro que la música crea o refuerza su identidad, pero de ser exclusivo del narcocorrido dista mucho, pues basta revisar las letras de algunos cantantes de punk y de hip-hop, particularmente del subgénero gangsta, para matizar el determinismo del argumento. Según Simon Frith, en su texto Hacia la estética de la música popular, la música cumple con ciertas funciones sociales: “Usamos la música como respuesta a inquietudes de identidad. A través de la música nos autodefinimos y creamos comunidades con sujetos afines a nuestros gustos”.
Sin embargo, la censura es un hecho que de algún modo oculta y silencia la expresión y el reflejo de algo que se quiere decir. Se podrá estar de acuerdo o no con lo que se dice, pero en el caso de la censura del narcocorrido, sólo nos llevará a taparnos los ojos y oídos de una realidad que se vive de diversas formas. Censurar en este caso es ocultar, dejando imposibilitado cualquier análisis lúcido de los sucesos.
Mañana: El sexo también se escucha: Entre el jazz y el reggaeton.