ESTEBAN CISNEROS
“I have to live with Nina.
And that is very difficult.”
–Nina Simone
I
Me recuerdo bailando hasta casi desmayarme en el último piso de un edificio en el centro de la Ciudad de México, verano de 2008. Cuando, tras horas de brincar cual rana en anfetaminas, alguien me alcanzó un vaso de cerveza y pude articular palabra, volví en mí. Tal vez nunca debí hacerlo, porque la vida real apesta. Dije “gracias.” Y ya. Lo que sigue fue tomar un taxi, arrastrarme (entre calambres) al apartamento del anfitrión y dormir largo rato. Al día siguiente –los pies metamorfoseados en gomorresina, con ampollas permanentes y la cabeza zumbando bip bip bip– tracé un mapa sobre una servilleta, con un lápiz, mientras todos los demás (mis panas, claro, mi clica, mi familia) dormían. Y me di cuenta de que todas mis batallas y todos mis momentos buenos y todas mis epifanías (roll over Esquilo) tenían que ver con la música.
Me sentí bien. Dibujé el mapa como otros dibujan Westeros o Narnia o la Tierra Media y me ubiqué en él: usted está aquí. A la fecha, me rijo por él. He perdido rumbo a veces, pero creo que es una cartografía sensata. Me moriré en sus latitudes. No quiero otra cosa.
II
Estuve enamorado de K por mucho tiempo. K fue mi primer gran apego. Pero (es sólo evidente y, claro, lo es para dar sentido a la historia y a la Historia) K no me quiso. Me hizo pa’llá. No la culpo. En este caso, al final, el mundo tuvo razón. Pero en una ocasión en que K y yo salimos (cada uno –par de pubertos noventeros– con chaperón: los acompañantes sí que acabaron trenzados en un faje descomunal) terminamos en una tienda de discos que tenía una sala de jazz y soul y esas cosas bonitas. Entramos. Y K, en un arranque adolescente, se puso a buscar en un rack. Había montones de discos de una Nina. Y le divertía, vaya que le divertía, carajo: por sus dedos pasan uno y dos y decenas de discos de Nina. Y va diciendo: “Nina, Nina, Nina, Nina” en un cantito que no tardé en convertir en mantra melifluo. “Nina, Nina, Nina, Nina…”
Esa noche, K me bateó. Home run en contra en la novena entrada con cero en mi pizarra. Everything so lucid and so creepy since K got over me. En un intento de ganármela de nuevo, volví a la tienda de discos. Pregunté por “una tal Nina”. Me mostraron un disco y lo compré. Era Nina Simone. Intenté dárselo a K, pero no funcionó. Derrotado, aunque digno, abrí el disco y puse play en mi estéreo. Ay, carajo. Esa Nina que compré, una Nina Simone, me curó todas las heridas. O la mayoría de ellas. Di vueltas a ese disco hasta que dio todo de sí. Aún lo tengo y aún lo pongo, aunque hay dos o tres tracks que ya no suenan, que saltan, que se quejan. Pinche vida: todo se acaba.
Tiempo después me enteré que la Nina de K no era Nina, sino Nana Mouskouri. No tengo algo contra ella (¿cómo iba a tenerlo?) pero, hey, gracias K: por ti conocí a la Simone. Ojalá estés bien. Sé que lo estás. ¿Yo? Yo, me equivoqué de disco y es uno de esos errores que se agradecen: “Nina, Nina, Nina, Nina…”
III
Nina Simone es una maldita crack. Lo siento, pero así es. No hay forma de negar lo evidente: basta escuchar sus discos, ver sus vídeos. Ay. Y como los grandes-muy-grandes, era profundamente humana, con todo lo que eso conlleva. Era una musa y una arpía, una hija-de-la-chingada-para-bien y una hija-de-la-chingada-para-mal. Ya todos lo sabíamos, ¿no? Y el nuevo documental de Netflix, What Happened, Miss Simone? (Liz Garbus, 2015) lo confirma: vemos a la Nina espectacular y a la decadente, a la fulgurante y a la siniestra. Y recordé por qué Nina es un punto importante en mi mapa, un punto al que puedo regresar cuando todo va mal y al que puedo referirme en tiempos de sonrisas, vino y rosas.
Porque, al final, ella se dio a la música. La chica que se entrenó para ser pianista clásica y que terminó tocando blues y jazz para ganar algún dinero para su familia (y a escondidas de ella) nació y vivió para la Música; la Música la salvó y la condenó. Y eso me impactó desde el principio, cuando compré a la Nina equivocada (que terminó por ser la correcta) y puse play: esa manera de cantar y de tocar el piano no era normal, ni adecuada; era un poco incómoda, descomunal, enardecida, pero estaba en su lugar, era bellísima y no podía dejar de escucharla. Era Música Total. Y eso es bien difícil de encontrar.
What Happened, Miss Simone? es, como dicen los cineros, un must-see. Ya no hay motivos para pasarse horas explorando Netflix sin lograr encontrar qué ver. Está lejos de ser una película que abarque por completo a Nina Simone (parece imposible), pero sí es un gran intento. Además, con el inminente estreno de la ya controversial Nina, película biográfica dirigida por Cynthia Mort y estelarizada por Zoe Saldaña, hay que estar in en este año de Ninamanía.
IV
El documental ha detonado muchas cosas en el universo Nina Simone: titulares de prensa, declaraciones, apertura de viejas y nuevas heridas. Y, sobre todo, un nuevo interés en la música de la diva más grande de todas. El producto estrella, además del documental, es Nina Revisited… A Tribute to Nina Simone, CD que se vende como banda sonora aunque las canciones no aparezcan en el filme. Es, como el título dice, una exploración contemporánea de las canciones de la Simone, versionadas por Common (con Lalah Hathaway), Mary J. Blige, Alice Smith, Usher, Gregory Porter (¡sé mi pana, Greg!), Grace, Lisa Simone (la hija de Nina), Jazmine Sullivan y el regreso de Ms. Lauryn Hill; es una “puesta al día” que intenta trascender las versiones lounge que el sello Verve popularizó en últimos años.
El proyecto es oportuno y tiene grandes momentos. Tal vez tiene un par de cosas que me descuadraron, pero no hablaré de ellas. Porque ahí está el alma Simone, tan difícil de abordar y más aún de replicar; ahí están los ecos de la Lucha por los Derechos Civiles que no ha terminado aún (“Mississippi goddamn, Ferguson goddamn…”) y que fue la razón de ser de nuestra heroína; hay grandes momentos y en esos hay que concentrarnos: la gran voz de Lauryn Hill, la calidez de Gregory Porter, la fuerza de Common, la garra de Jazmine Sullivan. Es un gran disco. La cosa es que sí pierde comparado con Nina, pero, ¿quién no lo haría? Visto como un ejercicio de construcción de ideas a partir de las canciones originales, hay un gran resultado: hay ritmo, hay actitud, hay pequeños himnos para los tiempos. Con todas sus fisuras, es un homenaje honesto y sentido (con tal vez algún desplante, pero, ¿no eran uno de las prácticas favoritas de la Simone?) y, quién sabe, puede que necesario.
La música de Nina Simone nunca perderá su fuerza. Estoy seguro. Este disco no intenta demostrar otra cosa. Seguro en cincuenta años será tan relevante para los músicos (y públicos) de ese momento que habrá más revisitaciones. Que las haya. Qué bien.
V
Y me di cuenta de que todas mis batallas y todos mis momentos buenos y todas mis epifanías tenían que ver con la música, dije. Me sentí bien, dije. Dibujé un mapa, dije. Lo que la Ninamanía de estos días me revela es que es cierto, que he seguido casi siempre más que menos los caminos que dije que seguiría. No todos, pero hay tiempo (ojalá). Vivir limpio en circunstancias difíciles. Usted fue una de las que me enseñó eso, miss Simone. Eso es lo que cuenta.
C/S.
–
[…] lóbregos con ecos de The Cure y del post-punk, pero también con la luminosidad de Vashti Bunyan o Nina Simone. Azul Carazo y Daniel Arp tienen claro que cuando talento y trabajo se unen, algo bueno surge sí o […]