MAURICIO HERNÁNDEZ A.
A pesar de mi amargado gusto musical, siempre doy el beneficio de la duda y la reivindicación a proyectos o bandas que en principio no me encantan o detesto. Este ejercicio que me ha llevado a descubrir que actualmente la industria musical puede ser cambiante e inconsistente, y que lo que te puede emocionar en un principio, también se puede tornar en hartazgo.
Se acabaron los tiempos en que amabas a tu artista o lo odiabas. Ahora esto es incierto, y para muestra está el regreso de los británicos de Foals, que presentan este material, entre mediano y algo que deja mucho que desear. Quizá la inercia misma de excelentes trabajos como Holy Fire o Total Life Forever no deja comprender qué fue lo que la banda de Oxford buscaba con este nuevo disco.
Su magia, si bien está fuera de mis conceptos musicales, por lo menos siempre me hacía mover la pierna o me invitaba a tararear sus pegajosos sonsonetes. Pero esta vez no. El color gris envuelve el ambiente a la hora en que decides dar play al disco, y por momentos, pero muy pocos, aparentemente quiere salir esa luz y color que los ha caracterizado.
La canción inicial, homónima del disco, me parece tediosa como carta de presentación. El excesivo uso de guitarras distorsionadas cansa y nubla por completo este material. Por una lógica conservadora, el primer corte de un álbum se entiende como un resumen -en sonido-, de lo que vendrá más adelante, aunque creo que esta vez no se logró.
En realidad, el nivel de Foals se logra hasta el tercer corte. “Birch Tree” es una melodía llena de luz, con esos contrastes limpios y refinados con los que la agrupación se ha destacado, aunque la incierta tormenta vuelve a aparecer con la cuarta pieza, “Give it All”. “London Thunder” es quizá de lo más rescatable. Una armonía en donde la voz del griego Yannis Philippakis destaca ante los extraordinarios acordes. En general es una perfecta canción que reúne todos los elementos que han hecho de Foals una de las bandas que han forjado un sello característico.
Son casi diez años en que los ingleses han logrado algo que parece poco a poco se desvanece entre los músicos contemporáneos. Dejar un rastro, una firma que identifique tu trabajo, no es fácil. Entonces, ¿por qué ese afán de disolverse? ¿Qué les pasó en este último material?
Sólo sus más aferrados seguidores lo entenderán, pero más allá de admirar a Foals, nadie dejar caer algo tan difícil de engendrar como es un estilo propio.
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