ALEX CASTRO • ¿Cuánto falta para el Apocalipsis?
Hace varios meses que los de Pamplona anunciaron que habían dado forma a su disco más radical, después de un encierro de tres meses en una casa alejada de la civilización. Y la verdad es que, en lugar de ello, nos entregaron una grabación que bien podría ser la continuación o la parte 2 de su anterior Diamantes, sólo que sin un hit instantáneo como lo fue en su momento la canción “Toro”.
Lo anterior no es necesariamente malo, porque la banda ya había construido una trayectoria y una reputación que no se basaba en hits radiales (y mucho menos en remixes que lejos de ayudar les hicieran un flaco favor, como sucedió en el pasado), sino en la evangelización de escuchas que poco a poco se fueran sumando por voluntad propia a este culto.
Y todo bien. Ellos aseguran que la inspiración para este disco viene de “la decadencia de la época actual, de unos valores y hasta de la misma casa en donde se grabó el disco”. Y todo se nota, como se nota también la influencia del underground neoyorquino de finales de los setenta, del kraut, del industrial y del technopop. Todo está donde debe de estar.
El desencanto y la crudeza se reflejan desde la tapa del disco, indefinida, fuera de foco. Distorsionada como nuestra realidad. Álvaro Arizaleta y Cristina Martínez ya pasaron de repartirse las canciones (como en el citado Diamantes) a alternar en ellas, lo cual debió ser un reto, sobre todo para el líder de la banda.
Arde Babel; todo está detenido con alfileres y todo se derrumbará tarde o temprano, pero estos cinco saben cómo sonorizar el caos; siempre han sido especialistas en la materia.
Nadie sabe cuánto falta para el Apocalipsis, pero será un gusto sonorizarlo con estas canciones.
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