ALEX CASTRO
Los chicos de Dënver crecieron… Y no me refiero solo a su edad. Después de un disco bastante regular, el dueto chileno vuelve con su álbum más extrovertido e interesante.
Si bien en sus dos primeros trabajos (Totoral y Música, Gramática, Gimnasia) el dueto formado por Mariana y Milton había presentado una buena colección de canciones pop casi intachables, en el tercero (Fuera de Campo) esa fórmula comenzaba a desgastarse y a llevarlos por una monotonía musical de la cual, al menos yo, no creí que saldrían.
Pero me equivoqué (y qué bueno), porque en lugar de quedarse en su zona de confort y seguir haciendo melodías más cercanas al pop intimista y ensoñador al que nos habían acostumbrado, en esta ocasión la dupla se destapa y sube de lleno a la pista de baile.
De hecho, me llama la atención que chicos que no llegan ni a los treinta años de edad, puedan llegar a sonar tan noventeros (“El fondo del barro”), y que por momentos hasta nos recuerden a grupos como The Sacados (“Yo para ti no soy nadie”) o Café Tacvba (“Bola disco”).
Pero hay más. Mariana está cantando de otra forma, intentando con timbres más agudos e ¿infantiles? que en tracks como “Mai lov”, que nos recuerda a otros grupos latinoamericanos actuales, como Kobra Kei o Joyaz. Líricamente también se muestran más claros y directos, hablando no solo de la fiesta y la pista de baile (en “Los Vampiros”, que pinta para ser el trancazo de este disco), sino también de la sexualidad, a solas o compartida, como en “La última canción” y “Pequeños momentos de satisfacción”.
Qué bueno que los Dënver estén trazando nuevas rutas (al menos para ellos). Bendita música pop, que no tiene ataduras y que permite hacer lo que sea y sin prejuicios a quienes la toman entre sus manos.
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