ARTURO URIZA
Lo he expresado sin titubeos en muchas ocasiones: para mí, David Bowie es el mejor artista de los últimos cincuenta años. El punto puede abrirse a debate, pero jamás me convencerán de lo contrario.
Hablar de lo multifacético y cambiante del señor Robert Jones es innecesario a estas alturas –o por lo menos para este texto–, así que sólo me centraré en el Bowie que estamos viviendo aquí y ahora, el de 69 años, y quien lanza este 2016 su álbum número veinticinco; el que ha superado a todos sus contemporáneos por lo menos en seguir siendo propositivo y emocionante.
Este nuevo material tiene algunas particularidades de las que hay que estar pendientes, desde la auto referencia sonora hasta la forma en que se develó cada track que conforma tan esperado disco.
Para empezar, hay que aclarar que algunas de las canciones que se incluyen en★ (Blackstar) no son del todo desconocidas, pues tanto “’Tis a Pity She Was a Whore” como “Sue (Or in a Season of Crime)” aparecieron originalmente en la compilación Nothing Has Changed, en 2014 y eventualmente fueron lanzadas en un sencillo. Sin embargo, las versiones que se incluyen aquí fueron regrabadas. “Lazarus” y “Blackstar” fueron lanzadas hace poco, dejando sólo por escuchar tres tracks de los que sólo se conocían los títulos.
Hay un sonido que Bowie ha desarrollado con los años. Un cambio constante que mantiene una narrativa en su carrera. Todo ha sido una gran larga historia sonora que ha pasado por muchísimas etapas y que sigue en constante perfeccionamiento y movimiento.
Sinceramente, creo que estamos viviendo una de las más íntimas y potentes que nos podría dejar el Duque. Mencionaba la auto referencia no sólo porque podemos encontrar pequeños guiños a discos como Lodger y Low, sino también por la familiaridad que pueden tener ciertos momentos que parecen ser sacados de Heathen, Hours, Outside o Reality; discos que marcaron su transición de los noventa hacia los dos mil y que gozaban de una oscura nostalgia que con el tiempo se ha anidado en cada nota que Bowie entrega.
Momentos súbitos y corruptos, guitarras distorsionadas en baladas, compases sincopados de jazz en canciones apocalípticas, voces con suaves reverberaciones casi operísticas, homenajes simulados y discretos a Scott Walker, temas confusos, líricas bucólicas y miles más de peculiaridades que el universo de David Bowie ha gestado como un big bang a escala, con entidades colapsando y creando nuevos astros, eso es lo que sucede en ★.
Este es un disco sin trampas ni intenciones. Bowie está en un punto de su vida en que se puede percibir intocable y cada canción lo corrobora. Hay grandilocuencia al por mayor y hay velocidad, pero también una precisión quirúrgica en cada movimiento. Esto me hace pensar un poco en el proceso creativo del señor Jones, en cómo formula cada canción y en el momento que está atravesando como artista, porque definitivamente hay confrontación; este no es un disco fácil ni hecho para la radio, sino alejado de lo convencional del pop, pero al mismo tiempo lo suficientemente hipnotizante como para querer escucharlo una y otra vez.
Blackstar es un disco perfecto, un tanto corto por desgracia (40 minutos) pero lleno de momentos absolutamente brillantes. Es como leer un libro con el que te identificas desde la primera línea, como ver una película fabulosa de la que te vas a enamorar, como meterse por un rato en la mente de un genio, el genio vivo más grande de la música contemporánea.
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